jueves, 30 de octubre de 2008

¿Qué es ser una mujer? ¿Qué es ser un hombre?

Por qué las mujeres escriben más cartas de las que envían - Darian Leader Preguntas como éstas son las que se hace el psicoanalista lacaniano Darian Leader en ¿Por qué las mujeres escriben más cartas de las que envían? (Buenos Aires, Aguilar, 1997; título original: Why do women write more letters than they post?; traducción de Cristina Piña). Preguntas como éstas son tal vez las que deberíamos hacernos más seguido, hombres y mujeres, con el objeto de entendernos, si fuera posible, un poco más.

Descubrí este libro el año pasado. Hacía apenas quince días que me había separado del amor de mi vida (me tienta ponerle comillas a la expresión, pero creo que las comillas resaltarían aún más la ridiculez que un statement así encierra ya de por sí solo). Si bien era una decisión que venía meditando desde el momento mismo de reencontrarnos (puesto que arrastrábamos tras de nosotros muchos años de idas y venidas, peleas, distanciamientos y reencuentros, y siempre la sombra terrible de la infidelidad -casi pongo 'infelicidad', lo cual es más o menos lo mismo) en enero del año pasado, nunca había tenido el coraje de llevarla a cabo hasta ese momento. Y perdida como estaba, sostenida apenas por la terapia, una amiga y el trabajo, que como ya dijo el anciano más severo (Cicerón) cura todas las penas y las angustias, intenté volver a algún camino conocido. Y el único camino conocido, para mí, era -y sigue siendo- los libros.

Después de mucho tiempo alejada de "mis cosas" (léase básicamente mi escritura), tras la separación volví, con mucho esfuerzo, a ellas. Y entre ellas estaba la sana costumbre de comprar libros. Con un nuevo matiz: mirar, de refilón, el sector de autoayuda de algunas librerías. Llámese desesperación o un nuevo sentido de mí misma, la cosa era que yo me sentía tan perdida y desamparada que no iba a despreciar el cabo que me tirara nadie (sólo se lo hubiera rechazado al plagiario Bucay o al ñoño Coelho, eso sí). Tengo varias librerías preferidas para comprar libros. Una de ellas se llama Lucas y está en la calle Corrientes. Con paciencia y revolviendo, siempre se puede encontrar algo interesante allí. Y fue allí donde me encontré con este libro, cuyas tapas violetas (mi color favorito, por si alguien no se dio cuenta aún) y su desafiante/intrigante título me atraparon desde el primer momento. Y lo bien que hicieron.

Descreo absolutamente de los llamados "estudios de género". Ni siquiera soy feminista, ni nada que se le parezca remotamente. No creo, por lo que me es dado ver, que más allá de algunas justas reivindicaciones de tipo social o laboral, el feminismo haya logrado algo interesante. Sobre todo, en el campo del arte y más todavía en el de la crítica literaria. Yo no creo que el hombre sea mi enemigo. Por el contrario, deseo que sea mi mejor amigo, deseo fervientemente entender cómo funciona su mente, deseo profundamente que él me comprenda a mí. No pretendo ni nunca lo hice que fuéramos "iguales". Somos, evidentísimamente, distintos. Y es precisamente esa diversidad la que hace que valga la pena ponerse en contacto, en cualquier tipo de contacto, con un hombre. Así, este libro de Leader, que es también autor de Lacan para principiantes, me vino de perillas para intentar entender qué es ser un hombre pero también qué es ser una mujer y por qué a veces hacemos las cosas que hacemos tanto unos como otros.

El texto, redactado en forma clara y amena, ilustrado con numerosos ejemplos literarios, cinematográficos y hasta de la cultura pop, no es un compilado de terminología psicoanalítica (aunque la hay) ni tampoco es deudor de esa oscura oscuridad de la que muchos psicoanalistas son rehenes y devotos a la hora de escribir. Vaya uno a saber qué nos estarán queriendo decir si cuando los leemos no entendemos ni papa de lo que dicen, ¿no? Por suerte, Leader es ferozmente claro, es un argumentador excelente y sus razonamientos pueden ser seguidos sin el menor problema, incluso para quienes no están familiarizados con ninguna jerga "psi". Y esto es porque el libro abunda en generalizaciones (sí, benditas generalizaciones que en este caso le permiten a Leader ir más allá de ellas) como punto de partida para plantear preguntas, sin preocuparse demasiado por hallar respuestas.

Si, como dice Leader, el deseo aspira a quedar siempre insatisfecho para poder seguir siendo deseo, él plantea preguntas no para que nosotros busquemos las respuestas sino para que sigamos preguntándonos cosas a nuestra vez. Y si el psicoanálisis es la cura por la palabra (ver en este mismo blog), hacerse las preguntas correctas es quizá más atinado que encontrar las soluciones, puesto que en última instancia no hay "soluciones". Hay, en todo caso, nuevas preguntas.

Nadie sabe qué es ser una mujer. Lacan dijo: "La mujer no existe" (imagínense la furia desatada de las feministas ante una expresión como esta). Pero a poco que se examine el razonamiento de Lacan, al menos como lo hace Leader, nos encontramos con que tan errado el francés no andaba. Si yo les preguntara a cada uno de los lectores de este blog qué es ser una mujer, estoy segura de que recibiría respuestas completamente disimíles entre sí y nadie se pondría de acuerdo al respecto. Saldrían a relucir todas las facetas, todos los planos, todos los vértices de lo que implica ser una mujer, pero nunca saldría el definitivo, sencillamente porque no existe. Cada mujer es lo que decide ser a partir de su vacío existencial. Ergo, cada mujer se construye a sí misma y llena ese vacío como mejor puede.

Pero, ¿qué pasa cuando la mujer no puede, por la razón que sea, hacer eso? Pasa lo que les pasa a muchas mujeres: intentan ser algo que no son, se agreden a sí mismas en las formas más insospechadas, se vuelven un enigma para quienes la rodean, se vuelven locas o neuróticas o histéricas. Se vuelven, como mi madre real y no como mi mamá Erica, una ausencia tangible. Un vacío, de nuevo. O, peor aún, algo que está pero no está. Cada recuerdo suyo está teñido por esta horrible sensación de que está, pero en realidad no está. Ella misma se ha sustraído de la escena, se ha ausentado, ha elegido borrarse, ya no estar aunque estuviera. Imposibilitada, por las razones que fuera, de ser aquello que realmente quería ser (tal vez nunca quiso casarse ni tener hijos pero lo hizo porque eso es lo que se supone que una mujer debe hacer o para lo que ha sido hecha) una mujer así, como lo fue mi madre, decide que lo mejor es darle la razón a Lacan y desaparecer. Desaparecer estando allí mismo. Desaparecer incluso antes de morir, de no ser ya un cuerpo vivo. Esto no lo dice Leader, lo digo yo, que aún hoy me pregunto qué rayos es ser una mujer, cómo hago yo para ser eso que no sé muy bien qué es pero que a veces intuyo y cómo me las arreglo para no darme de narices con lo que los demás piensan que es ser una mujer y que de seguro no coincide con lo que yo trato de ser. Y que hoy me pregunto, incansable e insaciable, qué le pasó a esa mujer, mi madre, para ausentarse voluntariamente así, antes, mucho antes, de que la enfermedad se la llevara de mi vida.

Y a esto me refería con preguntarnos cosas a nuestra vez, a partir de las preguntas que Leader va dejando por el camino. Hoy, más que invitarlos a leer, quiero invitarlos a reflexionar, a pensar en los estereotipos y mitos culturales en los que hombres y mujeres sin excepción estamos atrapados, la mayor parte de las veces sin darnos cuenta siquiera. Por ejemplo, la maternidad (y por ende la paternidad): ¿acaso alguien nos advirtió alguna vez que tales cosas también se construyen y que no son "automáticas"? ¿que no es cierto que vengamos con un microchip que se activa en el momento mismo de parir? ¿que no hay nada 'natural' en el hecho de tener un bebé, que nueve meses atrás era sólo un anhelo, entre los brazos? Por ejemplo, el deseo: ¿alguien nos advirtió que el deseo debe permanecer insatisfecho para poder seguir siendo deseo? ¿que, tal como la fantasía, llevarlos a cabo destruye su razón de ser? ¿que seguir deseando es lo que nos mantiene vivos y con ganas de levantarnos cada mañana? Por ejemplo, el amor: ¿alguien, aparte de Roland Barthes, nos ha hablado alguna vez de su naturaleza cambiante y equívoca? ¿de su proximidad fatal con el odio (Catulo lo ha hecho, y otros tantos poetas, es cierto)? ¿de su terrible discontinuidad, su casi insoportable ambivalencia, su ilusoria fantasmagoría? ¿de que sólo se basa en fallidas anagnórisis -reconocimientos?

Y con esto del amor vuelvo al principio: releí este libro más de un año y pico después de separarme, cuando las cenizas del "amor de mi vida" (ahora sí me permitiré las comillas) aún humean pero con cada vez menos fuerza y nuevamente salí de él fortalecida, a pesar de que por momentos uno puede llegar a pensar que, tal como plantea las cosas Leader, es realmente un milagro que hombres y mujeres nos entendamos (acaso lo sea, pero prefiero creer que no, que es absolutamente posible hacerlo), que nos pongamos en pareja, nos casemos, tengamos hijos y querramos formar una familia. No es ese el mensaje que el libro de Leader quiere dejar. Por el contrario, yo creo que es este:

"Séneca dijo que en la vida uno tiene dos opciones: dejarse llevar por el destino o ser arrastrado por él. Esto es, repetir las mismas cosas y quejarse, vivirlas como una tragedia, o repetir las mismas cosas pero con un cierto entusiasmo, hacer la propia carrera y la propia vida a partir de ellas, algo que tiene un acento más cómico que trágico."

Sin duda alguna, me quedo con la segunda opción. Eurípides puede ser genial, pero Aristófanes lo es aún más.

Analía Pinto

2 comentarios:

Zippo dijo...

Sería difícil -aunque no imposible- creer que alguien, ante una pregunta como la que da título al comentario al libro de Darian Leader pudiera permanecer indiferente, o pensar que se trata de una cuestión por demás sencilla, que no merece siquiera un momento de sosegada reflexión. Entiendo que todos, hombres y mujeres, nos hemos formulado alguna vez esta y otras preguntas de similar y aparente sencillez. Al menos todos los que se interrogan acerca de cosas un poco menos… ¿triviales? que, por nombrar solo algunos ejemplos, el pronóstico del servicio meteorológico, el resultado de los partidos de fútbol, el precio de los alimentos o las oscilaciones de los mercados de valores.
Opino que es lúcido afirmar que la cantidad de respuestas sería enorme. Me permito agregar no obstante ello, que la mayoría de aquellas (incluso considerando las infinitas particularidades) no dejaría de estar inscripta en un “discurso”, a lo sumo en dos. Porque me parece que es “lo general“ el lugar desde donde partir para comprender “lo particular”.
Creo que podría afirmarse, sin incurrir en un error grosero, que es muy poco lo que el ser humano ha cambiado, en el plano estrictamente biológico, en miles de años. Tengo noticias, bastante desdibujadas por cierto, de cambios operados en el sistema inmunológico, en el promedio de la talla de los habitantes de algunas regiones (como resultado de cambios en su dieta), incluso en los procesos químicos que acontecen en las células cerebrales. Existe un debate, que no me atrevo a decir si alguna vez terminará, entre los estudiosos del psicoanálisis y los especialistas en las llamadas “neurociencias”, acerca de qué es la “mente” del ser humano. A mi modesto entender, dicho debate no es otra cosa que una expresión “superestructural”, o sea teórica, de la contradicción entre lo biológico y lo cultural, presente -tenaz y todopoderosa- en el Hombre.
Y ahora que escribí “lo cultural” (el lenguaje, la producción material e intelectual, las costumbres, la “moral”, la religión, la “ciencia”, la tecnología, etc), me siento en la obligación (por así decirlo) de mencionar lo que hasta para el más desprevenido resulta evidente: que en este aspecto el Hombre (la mujer, el varón) ha cambiado -y mucho- a lo largo de los siglos. Incluso durante el siglo XX, lo ha hecho en una medida mucho mayor que en los anteriores, sobre todo en el caso de los individuos que habitan en las ciudades. Pero muy poco de este soliloquio quizás pueda echar algo de luz, aunque más no fuere una muy diminuta, sobre el tema que nos convoca.
Por algún motivo que no interesa mencionar aquí, recordé un cuento de Giovanni Papini, que leí hace algunos años, incluido en un volumen de una colección de literatura fantástica dirigida por Borges, quien tuvo además a su cargo la redacción de los prólogos. Aunque el cuento al que hago referencia no discurre en torno a la pregunta que se hace y nos hace la autora de este blog (al decir de Borges: “…Dos ideas se unen en “Lo specchio que fugge”: la del tiempo que se detiene y la de nuestra vida pensada como una insatisfecha e infinita serie de vísperas”), recordar aquí “El espejo que huye” se me antoja una suerte de expiación de culpas por la perorata anterior, y una oportunidad para felicitar a la escritora y reiterarle mi admiración.

Julieta dijo...

hola analía!! llegué a tu blog buscando una biografía de amalia biagioni y me perdí por acá y por allá: me encantó. me lo anoto en "favoritos" y lo iré visitando.
un beso,
julieta.