Gracias a la iniciativa "En busca de los 1000 blogs literarios" en ocasiones accedo a excelentes blogs, con diseños cuidados y, sobre todo, con textos de calidad, ya sean de opinión o de ficción. Hace unos días, precisamente visitando un blog del que había tenido noticia por esta iniciativa, se me dio por pinchar en uno de sus posts antiguos donde el autor comentaba, rápido y mal, en mi opinión, la novela de la que quiero hablarles hoy: Me gustan sus cuernos (Buenos Aires, La Página, 2000; colección "La sonrisa vertical") de Antonio Elio Brailovsky.
Digo que el blogguer en cuestión comentaba rápido y mal esta novela porque evidentemente no entendió de qué se trataba. No comprendió que en ella se estaba recurriendo a una de las artes literarias más viejas y maravillosas, la de la parodia. No comprendió tampoco que, como una caja china o como una mamushka rusa, esta historia contiene dentro otras historias que a su vez contienen dentro otras historias que... bueno, ya me entendieron. Este blogguer no comprendió que esta novela no es sólo una excelente novela erótica (erótica en el nivel más alto, ya que erotiza aludiendo, que es la forma más efectiva de hacerlo), sino también policial y por si fuera poco es una honda reflexión sobre la literatura en sí misma y sobre el poder especial que los libros ejercen sobre aquellos que se dejan seducir por su maravilloso influjo.
Parodia, novela dentro de la novela, el poder de los libros de encantar a quien los lee... ¿no les suena conocido? Claro que sí: son exactamente esos los ingredientes de la primera novela moderna de que se tenga memoria, novela que debemos agradecer que pertenezca al acervo de nuestro idioma y de nuestra cultura. Me estoy refiriendo al Quijote, desde luego. Y la novela de Brailovsky es también, last but not least, un hermoso homenaje a la literatura y más todavía, al acto de narrar, esa ineludible condición humana, como leía hace unos días también en este muy buen blog.
Como suele suceder, la trama de la novela de Brailovsky es simple pero no lo es su ejecución y allí radica, una vez más, el encantamiento que la verdadera literatura (esto es, el oficio de orfebre del lenguaje del escritor) puede ejercer en nosotros: en una iglesia de Sevilla, que se prepara para los festejos de la Semana Santa, encuentran unos misteriosos manuscritos detrás de una enorme grieta. El cura párroco comienza a leerlos y rápidamente se da cuenta de su importancia capital y contrata a una experta en historia para que le ayude a descifrarlos y a decidir qué hacer con ellos. Los manuscritos queman de tal forma que ellos comienzan a ser amenazados para ser luego perseguidos a tiros.
¿Qué contienen los manuscritos? ¿Por qué provocan tanto revuelo unos cartapacios de hace cuatro siglos? El acierto de Brailovsky radica no sólo en presentarnos de inmediato el contenido de los mismos si no en hacer de ese contenido pequeñas novelitas en sí mismos, novelines que, además, se dan el lujo de homenajear (y parodiar a la vez, que es acaso el homenaje más sentido) a las más grandes obras de la literatura universal, entre ellas, desde el luego, el Quijote, pero también las Mil y Una Noches y las diferentes versiones de un mito moderno, pero muy extendido, sobre todo en España: el de Don Juan Tenorio.
Por eso digo que el muchacho del blog no entendió nada. Si se lee la novela en forma lineal, sin vislumbrar qué es lo que realmente está sucediendo dentro y fuera de sus páginas, es muy probable que se opine que es "aburrida", "previsible" y no recuerdo qué otros epítetos por el estilo le endilgaba. Si no se conoce al menos de oídas una novela de caballerías, los temas y tópicos que trata, los personajes involucrados, etc. el Quijote puede resultar un mamotreto infumable (en verdad opino que el Quijote es tan maravilloso que hasta puede salvar este obstáculo, pero para no pecar de imparcial me he visto en la obligación de hacer esta salvedad). Si no se sabe de las peripecias de Odiseo en su viaje de regreso a Íthaca, poco se comprenderá qué demonios quiso hacer Joyce en su Ulyses... Y así podríamos seguir un rato largo. Pero en el caso de Brailovsky no es necesario haber leído todas las versiones del Tenorio (que por cierto son varias, las más famosas de las cuales son las de Tirso de Molina, la de Molière y la de Zorrilla, pero existen muchas otras), aunque desde luego ayuda muchísimo saber de qué va el mito y más todavía haberlas leído, en especial las de Tirso (que se puede decir que es la "primera", aunque fácticamente no lo es) y la de Molière. Zorrilla, imbuido del Romanticismo de su época, le agrega otros condimentos al inefable Don Juan y lo transforma, casi, en otra cosa.
¿Y qué es lo que está sucediendo dentro y fuera de sus páginas? Fuera, como he dicho, no sólo ocurre la parodización-homenaje de estas grandes obras de la literatura universal sino también una demostración cabal del poder incantatorio de la narración: la novela se lee a tragos largos, a chorros, a espasmos, si se quiere, puesto que ha sido tan bien redactada que deja al lector, como Scherezade al rey Schariar, con ganas de más y más hasta llegar al clímax en el punto final. La novela tiene vértigo, tiene la emoción de los descubrimientos literarios e históricos que hace Laura, tiene el pánico de los balazos sorpresivos que hacen estallar las lámparas, tiene el terror de las amenazas que llegan en forma de barajas del tarot marsellés, tiene la carga justa de intriga, sabiamente dosificada, como cualquier buen policial y tiene, por si todo eso fuera poco, la capacidad de erotizar y hacer volar la imaginación del lector con las sucesivas historias de seducción y abandono que se cuentan a través de la parodia, la sátira y la reescritura.
Como se puede ver, de "aburrida", "previsible" y no recuerdo qué más nada.
Dentro de la novela, lo que ocurre son otras novelas, otros cuentos, otras narraciones y la eterna, única e imposible seducción de don Juan, que busca siempre una mujer que no puede hallar porque busca algo que está más allá de lo que nosotras, en efecto, podemos dar. Y cuando cree que esta vez sí, que con esta mujer sí lo logrará, la posee sólo para darse cuenta que con esta tampoco. Y reemprende la cacería y así cada vez, hasta el enfrentamiento con la convidada de piedra, doña Inés de Sepúlveda, acaso la única que ha amado en verdad aquel que no puede amar verdaderamente a ninguna. Dentro de la novela ocurre también la magia del lenguaje. El texto abunda en algo que se ha dado en llamar "polifonía", un fenómeno de la enunciación en el que se traen al propio discurso el discurso de otros (no confundir con "intertextualidad", que es otra cosa). El párrafo que copio a continuación debería ser citado como el ejemplo más cabal de esto (pongo los verbos en negrita para reforzar el efecto que producen así dispuestos):
"'Si no me haces el amor, lo despertaré y te comerá', le dice la mujer al caminante, cuenta Scherezade al rey, dice don Juan a la mujer sin nombre, repite ella al tribunal, lo escribe el notario Tirso con su pluma de ganso sobre la mesa oscura, pensando quizás en la obra de teatro que alguna vez hará sobre don Juan Tenorio, relee el inquisidor el testimonio en una noche fría de 1612, lo lee Laura en una habitación con las ventanas cerradas para que no puedan dispararle desde fuera, le cuenta Laura al cura, y el pobre viajero, muerto del susto, tiene que arreglárselas para satisfacer allí mismo, sobre la hierba y al lado de los cuernos y garras del monstruo, a una mujer ardiente, que por única vez en el año puede acostarse con un ser humano."
¿Aburrida? ¿Previsible? Por Dios. En este párrafo, y gracias a la maestría de Brailovsky, se pasa de un tiempo mítico (el del relato de las Mil y Una Noches que Scherezade le está contando al rey) a un tiempo literario (el de don Juan que le cuenta a una mujer, para seducirla, lo que Scherezade le contaba al rey) a un tiempo, digamos "para-histórico" (el de Tirso como inquisidor del tribunal, cargo que efectivamente ejerció) para ir de nuevo a un presente literario, que es el de la novela que estamos leyendo, que se divide a su vez en dos: el momento en que Laura lee esos testimonios y el momento, posterior, en que se los relata al cura. Entre ese primer tiempo mítico y el presente desdoblado de la novela han pasado al menos mil años, o por lo menos cuatro siglos si contamos a partir de Tirso para acá. Pero además de este alucinante maridaje de tiempos, asistimos a otro maridaje no menos maravilloso: el de voces, al que hacía referencia con el concepto de polifonía. Las voces de la historia y de la literatura se entrelazan con las voces míticas y las voces inventadas en una sola amalgama, sin que se note ni una sola costurita, ni quede ningún hilito colgando. Y todo ello se ha logrado en una única oración (aquí radica, sin lugar a dudas, el secreto de saber usar los signos de puntuación). De nuevo: ¿aburrida, previsible? Dan ganas de preguntar: ¿qué novela estabas leyendo, pibe?
Si don Juan es, según esta nueva versión del mito, el hombre del deseo continuo (y no del sexo continuo, como podría haber sido Casanova), del deseo continuamente insatisfecho, es también el hombre del disfraz continuo: siempre para lograr su único objetivo (seducir) aparece primero como el propio diablo (de allí el título de la novela) -y qué cosa más seductora que el diablo-; luego se metamorfosea en un gran contador de historias y ahora seduce apelando a los libros de caballerías en los que un noble caballero debe realizar las proezas más grandes y fabulosas para obtener el corazón de su dama o bien salvarla de los peligros más temibles para ganarse su favor eterno -y qué cosa más seductora que un hombre dispuesto a hacer las locuras más extravagantes por el amor de una mujer-; más tarde, es un "caballero muy principal" que trastornado por la lectura del Quijote seduce a la aldeana Aldonza Lorenzo haciéndole creer que en verdad es Dulcinea del Toboso y que unos genios malos han transformado su magnífico palacio de cristal y altas torres en su misérrima choza actual -y qué cosa más seductora que alguien que puede hacernos soñar hasta el punto de ver con nuestros propios ojos aquello que nos cuenta-; y así cada vez, volviéndose, tornándose aquello que las mujeres desean, don Juan las conquista sin cesar pero no consigue nunca la "saciedad del alma", la más díficil de lograr.
Y nosotras, nos dejamos engañar, al igual que nos "engaña" la buena literatura, la mejor literatura, la que realmente vale la pena leer, porque "es el gesto teatral del que engaña a quien quiere ser engañado, que va al teatro e incluso paga una entrada para que lo engañen, que pide desesperadamente una falsedad hermosa, en medio de tanta realidad brutal. Las mujeres, padre, necesitamos de un hombre que nos diga: 'Te quiero para siempre', aunque sepamos que la única verdad posible es: 'Te quiero por el tiempo que dure'."
Una falsedad hermosa, eso es la literatura, y eso es lo que la hace tan vital y necesaria, tan única, tan maravillosa, tan inigualable. Y eso es, justamente, lo que esta novela nos viene a recordar en cada una de sus páginas, como todas las obras, a su modo, deberían hacerlo.
Analía Pinto
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