Éste sí que es un autor abisal. No sólo entre nosotros, hispanoparlantes, sino también en el magnífico coro de la literatura universal. Es uno de esos autores que se descubren casualmente, como debe ser, y que llegan a nosotros en silencio, como en puntas de pie, casi sin hacerse escuchar, hasta que cuando abrimos su libro y comenzamos a leer nos encandilan con el tremendo resplandor de su escritura. Y ya (¡por suerte!) no hay escapatoria.
Hector Hugh Munro, más conocido como Saki (aunque decir 'más conocido' es casi un oxímoron, pues casi nadie lo conoce), es un autor de origen inglés (otros dicen que escocés) nacido en Birmania, cuando ésta aún formaba parte del Imperio. Su madre falleció cuando él tenía apenas dos años y junto con su hermana fue llevado a vivir a Devon, junto a dos tías solteronas y ultra puritanas. Si algo abunda en sus cuentos son precisamente tías solteronas, rídiculas y ultra puritanas. En especial la del cuento que quiero mencionar con más detalle más adelante.
Se desempeñó como periodista y corresponsal, comenzó a publicar sus primeros textos en la Westminster Gazette, luego de un breve paso por la policía birmana. Publicó más tarde algunas novelas, un estudio histórico y tomos con sus relatos. Cuando se produjo la Granda Milito (es decir, la Primera Guerra Mundial), se alistó voluntariamente a pesar de no tener ya la edad correspondiente y murió en una trinchera en Francia, al grito de "Put that damned cigarette out!" (¡Apaguen ese maldito cigarrillo!). No se casó, no tuvo hijos, y tras su muerte, su hermana quemó buena parte de sus papeles (!).
Esto es todo lo que se sabe de Saki. Este seudónimo podría provenir del nombre del copero (una especie de sommelier) que aparece en las rubaiatas del poeta persa Omar Khayyam; pero también podría provenir del nombre de un mono muy particular que aparece en una de sus primeras historias. Las fuentes consultadas no se ponen de acuerdo en este punto.
Leo, en uno de los sitios más completos en cuanto a biografías de escritores (Kirjasto) se trata, que Saki era un "misógino, antisemita, reaccionario que sin embargo no se tomaba a sí mismo muy en serio". No me consta que haya sido ninguna de las tres primeras, pero sí se puede asegurar que no se tomaba en serio absolutamente nada y prueba de ello son todos y cada uno de sus relatos, en los que demuele, sin piedad, con una ironía y un humor negro de los que sólo un inglés es capaz de hacer gala, todos y cada uno de los estereotipos de la sociedad victoriana que, ay, no son muy distintos de los que abundan en las sociedades actuales.
"El tigre de la señora Packletide" es una buena muestra de lo que una persona puede llegar a hacer para aparentar ante los demás; "Las siete jarras para crema" pone en escena lo lejos que se puede llegar cuando los prejuicios dominan nuestra vida; "Una cura de agitación" es la demostración cabal de lo que es realmente una broma pesada; "La reticencia de Lady Anne" es una radiografía descarnada y macabra de la hipocresía matrimonial; "El ratón", por su parte, enseña hasta qué extremos de ridiculez nos puede llevar el pudor y la pacatería exagerados.
Pero entre los cuentos de Saki hay por lo menos tres que se destacan sin lugar a dudas. "Sredni Vashtar", cuyo personaje de la tía solterona está basado en una de las tías del propio Saki, muestra cómo los niños siempre salen vencedores en el maravilloso (y horroroso) mundo de Saki. Algo que queda aún más de manifiesto en "La ventana abierta" (que da título al único librito de Saki que tengo: La ventana abierta y otros cuentos; Buenos Aires, CEAL, 1972; traducción de Eduardo Paz Leston), una lección acerca del 'peligro' de dejarse llevar por lo que los niños dicen sin ponerse a pensar en ello (o bien, de los peligros de la fantasía "sin previo aviso"). Pero es "El cuentista" el cuento que en mi opinión se lleva las palmas y todos los aplausos posibles ya que es, además de un cuento maravilloso, una poética, concentrada y corrosiva, como toda la literatura de Saki, de lo que debe ser una buena narración.
Gracias a Dios existe esta página (Ciudad Seva) donde podrán encontrar el texto completo de "El cuentista" y de varios de los cuentos que ya mencioné. Les pido encarecidamente que lo lean, que pierdan diez o quizás menos minutos de su vida leyendo, por una vez, algo que realmente vale la pena de ser leído y disfrutado sin tasa. "El cuentista" nos enseña, justamente, a contar. En un compartimento de tren (espacio cerrado, ideal para poner a actuar personajes), se encuentran viajando tres niños acompañados por una tía, además de un solterón. Los niños, inquietos, no paran de importunar a la tía, quien, con su nula maternidad, no tiene ni el tino ni la paciencia suficientes para mantenerlos en silencio o al menos entretenidos. Intenta contarles una historia, pero es "la más estúpida" que ellos hayan escuchado. Recién entonces interviene el solterón (excelente manejo del timing), haciéndole notar a la tía el poco éxito que ha tenido. Los inquietos angelitos le piden entonces que él les cuente un cuento. Comienza diciendo "Había una vez..." y cuando el interés de los pilluelos está a punto de desvanecerse el solterón tuerce el timón (como hace todo buen narrador), y les dice que la protagonista de su cuento, Bertha, era "horrorosamente buena". La nota discordante (lo que hace que un texto sea literario) pone sobreaviso a los niños y a partir de ese instante no dejan de prestarle toda su anteriormente dispersa atención. Tan buena era Bertha que termina... No, no cometeré un spoiler, pero así como los niños quedan fascinados con esa historia que se aparta de las historias ñoñas y comunes (como suele hacer la buena literatura y no la literatura "de noticiero" que están queriendo imponernos), la insoportable tía solterona y amargada queda horrorizada y escandalizada ante la astucia narrativa del story-teller: "Usted ha destruido el efecto de años de cuidadosas enseñanzas" le espeta, a lo que é contesta: "Al menos los mantuve tranquilos durante diez minutos, algo que usted no fue capaz de hacer."
Y eso es, creo yo, para cerrar, precisamente lo que la buena literatura hace con nosotros: destruye (¡alabada y practicada sea!), tenaz y corrosivamente, años y años de esa 'cuidadosa enseñanza' por la cual nos volvemos (o quieren volvernos) cada vez más estúpidos, menos pensantes, menos creativos y más y más esclavizados.
Analía Pinto
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