Siguiendo el envión de la semana pasada y el enorme placer que me produjo analizar, como en las épocas del profesor Cowes, un poema, he decidido hoy continuar en una senda parecida. Pero en lugar de analizar un poema, comentaré algunos aspectos y fragmentos de un libro de un poeta. No un poemario, sino un libro que reflexiona sobre la poesía en diversas formas y que, en mi opinión, echa luz sobre algo tan inasible y casi inaprehensible como es, justamente, la "experiencia poética".
Notas sobre la experiencia poética (Buenos Aires, Losada, 1983) es un libro del poeta argentino Alberto Girri en el que selecciona materiales de otros libros suyos: Diario de un libro (1972), El motivo es el poema (1976) y Lo propio, lo de todos (1980), a los que se suman un diálogo con el crítico Enrique Pezzoni y otro con Vilma Colinas. El texto es, en definitiva, una aforística y charlada ars poetica.
Y ya que digo "ars poetica", quisiera añadir que personalmente desconfío mucho de aquellos poetas que no tienen una, sea en forma de poema breve o de voluminoso ensayo, no importa, pero la carencia de reflexión sobre su propia praxis me parece un motivo más que suficiente para desconfiar y hasta rehuir de él. Y esto porque no concibo, quizá a causa de este mismo libro, que un poeta no se cuestione, casi tan obsesivamente como se pone a escribir o a corregir, que no es más que reescribir, los fundamentos filosóficos, estéticos y existenciales, sólo por citar tres aspectos, de su quehacer. Un poeta que simplemente "escriba" y nunca se detenga a pensar cómo, por qué y para qué lo hace no me parece digno de ser tenido en cuenta, en tanto su actitud denuncia un temor camuflado de desdén hacia cualquier cosa que no sea la "musa".
Es la actitud típica de los poeñoños, por otra parte, de todos aquellos escribidores que se dejarían cortar una mano antes que ponerse a pensar, con algún tino, en qué demonios es lo que hacen cuando escriben. En su pensamiento monolítico y vertical no hay lugar para la duda ni para el cuestionamiento: escriben porque necesitan expresar sus excelsos sentimientos y con eso se eximen de cualquier reflexión teórica o metapoética, no vaya a ser cosa que el manantial prístino de sus versos se vea contaminado con los efluvios del monstruo de las profundidades, ese horrible boogey man que todo el tiempo los acecha, es decir, el pensamiento.
Poesía y pensamiento van de la mano. Como fondo y forma y como otras tantas duplas similares, no puede existir uno sin el otro. Poesía y pensamiento se reflejan mutuamente, se hacen señas en la oscuridad, se auxilian, se evaden y se rehúyen en ocasiones pero nunca se pierden de vista. Eso es lo que queda claro tras la siempre refrescante lectura de este libro de Girri. Y aquí, una aclaración necesaria. Girri es un poeta difícil, diría incluso hermético. Sus versos suelen venir cargados de, justamente, pensamiento, de un contenido filosófico y metafísico hondo como muy pocos poetas se atrevieron a usar en nuestro país. Si eso no fuera ya obstáculo suficiente para lectores poco versados en la lectura asidua de la poesía, en su época de mayor fecundidad poética (tras sus inicios en la generación del 40, generación de la que prontamente se desvinculó), Girri utilizó un lenguaje parco, seco, exento de florituras y adornitos, reconcentrado, filoso y aquilatado como un diamante; por otra parte, su contacto continuo con los poetas de lengua inglesa, a quienes tradujo exitosamente, contribuyó a esa "gelidez", si se quiere, lexical, así como a su acervo metafísico.
En el libro que nos ocupa, sin embargo, apela a otra vertiente de la poesía (y también del pensamiento), como es el aforismo. Los tres fragmentos de los libros citados contienen numerosos aforismos (de ahí que el título del libro sea Notas..., porque exactamente eso es lo que son: notas, apuntes, hilitos de los que tirar y desovillar pacientemente) con enormes dosis de pensamiento concentrado; con muchos destellos de poesía también. Antes de pasar a comentar algunos de ellos sucintamente, me gustaría decir que este libro fue uno de los primeros que compré cuando me di cuenta, muy inconscientemente y todavía envuelta en un halo libresco (por no decir ñoño) muy grande, que escribir poesía no era un simple "desahogo" para mí y que el papel que la poesía venía a ocupar en mi vida no era ni secundario ni mucho menos efímero o sólo la resultante de un amor adolescente desdichado ni nada por el estilo. La poesía había venido para quedarse y eso lo supe cuando tenía apenas diecisiete años.
Con esa íntima convicción, rubricada ya por la inevitable y gloriosa lectura de las Cartas a un joven poeta de Rainer María Rilke unos pocos meses antes, fue que me topé con este libro en una pequeña librería quilmeña, muy cerca del colegio al que yo concurría. La librería, con nombre de santa (Santa Rita, la patrona de los imposibles), ya no existe; dejó de existir, incluso, poco tiempo después. Pero tenía un modesto e interesante surtido de poesía y recuerdo haber comprado allí también algunas antologías determinantes para mí, una de ellas de poesía argentina del siglo XX, con la que accedí a dos de mis poetas favoritos: Alejandra Pizarnik y Roberto Juarroz, leídos ambos con fervor, en noches en vela, en tardes escapadas del colegio, en mañanas de vagabundeos por los alrededores, en minutos robados a todos los dioses prometeicos. Lo mismo sucedió con este librito de Girri y luego fue vuelto a leer con idéntico o parecido fulgor en los años subsiguientes y cada vez que no logro conectarme bien con mi propio manantial poético vuelvo a él para reubicarme y dejarme hablar que eso, y muy poca otra cosa, debe hacer un poeta.
He aquí una de mis notas favoritas:
"El espíritu de la letra; la letra a la manera de dato que servirá para que el lector se golpee la frente: '¿Cómo no me había dado cuenta antes de que eso era así, tal cual lo estoy leyendo, literalmente?'"
Ese golpearse la frente, ese nouveau frisson, ese auténtico estremecimiento/escalofrío espiritual, ese rayo que cae sobre nuestra cabeza o nuestro corazón como sobre una ciudad dormida es el ideal, en mi opinión, que cualquier poema perdurable debe alcanzar. En ese "darse cuenta" subsiste lo que hace que los poemas no necesiten de referencia externa alguna para poder ser captados, no precisen muletas ni saberes extraños ni notas al pie que los expliquen; en definitiva, que sean entidades autonómas, un objeto puesto a existir en el mundo por la voluntad creadora de un hombre en cualquier tiempo y lugar con vocación de eternidad. Eso es lo que hace que podamos leer aún hoy el carmen 85 de Catulo, escrito en el siglo I a. C. y darnos todavía ese mismo golpe en la frente ante ese irrepetiblemente cierto "Odi et amo" (odio y amo) y es también lo que hace que al llegar al final del poema 12 de Espantapájaros de Oliverio Girondo digamos "sí, es así y yo nunca lo había visto de esta manera". Y es, también, lo mismo que hace que, en definitiva, un poema sea capaz de soportar la temida pregunta que muchos lectores solemos hacernos cuando un texto no logra impactarnos, ni iluminarnos, ni tan siquiera interesarnos un poco: ¿y qué? ¿y con eso, qué? Un poema que sólo suscite esa pregunta/respuesta no ha llegado aún a ser un poema, no se ha instalado en el mundo, simplemente no es.
Otra de mis notas favoritas es la que sigue:
"El ejercicio de la poesía como caza. Prestos a derribar algún pájaro; atentos a que mientras arrojamos la piedra o la flecha no se nos escapen de entre las piernas (de las trampas que hemos armado), liebres, zorros. O bien, modestamente, de tanto en tanto un pájaro, y comúnmente aves de corral.
Y la nostalgia de lo imposible (del unicornio no cazado) que los años curan."
Concebir la poesía como cacería me parece una de las alegorías más felices. Algo (o mucho) de esto ya se ha dicho en el posteo anterior, a próposito del poema analizado y del poemario homónimo (Las cacerías) de Amelia Biagioni. Entender que en ese dejarse hablar cabe la posibilidad de cazar, alguna vez, ese improbable y maravilloso unicornio, ese pez fulgurante que la poeta temía arruinar o dejar escapar para siempre. Sin embargo, entender también, más aún, hacer carne la idea de que la mayor parte de las piezas obtenidas serán vulgares aves de corral, modestas gallináceas, pajarracos de vuelo poco grácil y plumas desvaídas; algunas veces, quizá, un zorro de plateado pelaje, como para no perder las esperanzas, pero el bendito unicornio hará relumbrar su figura en lo más hondo del bosque sin que nos sea dado alcanzarlo. O bien: sólo lo podremos alcanzar a costa de entregarnos, sin condiciones, al ejercicio de la poesía; sólo si estamos dispuestos, como dice César Fernández Moreno, "a consumir un año en una e" es posible que el unicornio o el pez de oro se dejen acariciar al menos una vez.
El compromiso es total, el resultado es siempre magro. Magro pero perfectible, cierto, pero magro al fin. La poesía promete lo que no puede dar, como dice Girri más adelante. Quien esté dispuesto a confiar ciegamente en ella será, alguna vez, recompensado. Eso es lo que los poeñoños, los poetas del sentimiento y la chusma escribidora de Internet, con su cancerígena proliferación de blogs y sitios donde vomitan sus imberbes chorradas, jamás podrán llegar a comprender porque a ellos los mueve "el sentimiento", el sacrosanto e intocable sentimiento, el falso de toda falsedad sentimiento. No están dispuestos a consumir ni diez segundos en una e. No saben lo que es el compromiso con una concepción poética de toda la vida y no sólo del momento en que mi novia me dejó y por eso puedo escribir los versos más tristes esta noche y encima publicarlos en la red como si nada fuera.
La nota que sigue explica mejor que mis anteriores palabras a qué me estoy refiriendo con todo esto:
"Profesional y aficionado, más oposiciones. Uno aspira a que el poema se integre al mundo, otro, a que compita con el mundo; uno, vaciando, otro, acumulando; uno, procura ocultarse de sí mismo, otro, destacarse; uno, cuenta con que los arbitrios de los malos poemas y de los buenos son, en rigor, intercambiables, otro, presume discernir entre nobles e innobles materiales."
En consonancia con la idea de la praxis poética como cacería, esta otra nota:
"Adivinar el poema, insistir hasta aferrarlo. Después, el desánimo, sospecha de que el enigma sigue intacto, acaso aguardando desde otro poema, aún no entrevisto."
Para finalizar, transcribiré algunos fragmentos de uno de los diálogos incluidos en el libro, que sintetizan, con felicidad y eficacia, no sólo lo que Girri ha querido expresar en este libro y en su poesía en particular sino también lo que yo he querido volcar en estas reflexiones a partir de su texto:
"(...) la función del poeta, del poema, es la de intentar darle una existencia permanente a la realidad aparencial en la que nos movemos: la tesis de que todo lo dado existe, pero a la vez no existe sino por medio del artista que lo va creando. Pero, fundamentalmente, creo que en última instancia el fin del poema es dar cuenta del compromiso que su autor tiene con la lengua, o sea lo más vital de la comunidad donde ese poema fue escrito. Un compromiso que consiste, observó Eliot, en conservar la lengua, en primer término, en perfeccionarla, ampliarla, en segundo lugar. Al expresar lo que otras gentes sienten, el poeta modificará también el sentimiento, haciéndolo más consciente. 'Hará -agrega Eliot- que las gentes sepan mejor lo que ellas ya sienten, enseñándoles por lo tanto algo nuevo sobre sí mismas. O enseñándoles también, a compartir conscientemente nuevos sentimientos que hasta entonces no habían experimentado."
Aquí me permito dos breves reflexiones:
una: si el compromiso del poeta es con la lengua de su tiempo y su lugar se comprende la aversión que me causan esos mamotretos escritos de "tú" cuando acá, de este lado del Río de la Plata, nadie habla de tú. Lo puedo llegar a comprender en algún poeta del interior (y de ciertas provincias, tampoco de todas), pero lo repudio enérgicamente en poetas nacidos dentro y fuera de la General Paz, pues ese hecho en apariencia mínimo no es mínimo en absoluto: denota, en su aparente inocencia, qué clase de aproximación tiene ese poeta a la poesía, qué política, qué moral, por así decirlo, la subyace. Un poeta que, nacido, criado y educado en el dialecto rioplatense se ponga a escribir de "tú" exhibe todo el artificio y la falsedad de una concepción de la poesía que la supone sólo un lenguaje excelso, un escribir bonito, apenas un juego o un pasatiempo de enamorados o de locos bohemios, no un compromiso radical con una actitud ante la vida, no la posibilidad cierta de fundar mundos, de instaurar realidad en la "realidad";
dos: hacer más consciente el sentimiento como dice Eliot no quiere decir insistir hasta el hartazgo con los triviales hechos que pasan en mi alma ni con los banales pensamientos con que me despierto día a día. Significa, creo yo, usar de trampolín la trivialidad absoluta, la común y silvestre disposición de cualquier vida para elevarla a un plano superior a través de la poesía, es decir, de una reflexión poética acerca de lo que nos pasa. No me sirve de nada, ni me enseña, ni me hace darme cuenta de nada leer que Fulanito llora porque perdió a Menganita. En cambio, después de leer un poema espeluznante en su maravilla y en su horror como "Cadáveres" de Néstor Perlongher me doy cuenta de lo poco que sé y de cuánto me falta aprender todavía, entre otras muchas cosas más. La lengua, siguiendo a Eliot, allí, en ese poema, no sólo se conserva sino que se perfecciona y amplía notoriamente. Basta leerlo con atención para comprobarlo.
Sigue Girri:
"(...) creo que cada poema, por abstruso que parezca en la superficie, si es real ya a priori va dirigido a alguien que en su momento lo leerá, lo recreará y asimilará. Un poema digno de ese nombre, es un objeto cuyo destino es existir, 'no necesariamente agradar'. Mi poesía (y dejemos de lado el que, entre tantas acusaciones, ha sufrido la de ser cerebral, como si se me dijera: 'Límitese a escribir los poemas, no piense'), no ofrece ni más ni menos dificultades que cualquier otra, sólo exige un cierto margen de frecuentación, de apertura interna ante lo que mis poemas tratan de expresar. Por lo demás, hay que contar con la vieja verdad de que al mismo tiempo que escribe, uno va creando o preparando los lectores que leerán eso mismo que se escribe."
Y para finalizar:
"O la expresión poema inconcluso es una contradicción en sus términos, o bien todo poema es, por definición algo inconcluso. Opto por lo último, convicción que al menos tiene la ventaja de apartarnos de las tentaciones del aficionado, ese que cree posible el poema acabado, inmodificable, intemporal, etcétera. Ese que escribe poemas sin entender que lo verdadero no está en los resultados, sino en la necesidad de escribirlos identificándose con la obligación de escribirlos."
Y al fin:
"(...) el novel poeta debe meterse en la cabeza, repetírselo a diario, que todos los logros que podamos alcanzar serán siempre de una relatividad desconsoladora, y que lo único que de cierto importa es recomenzar cada vez, porfiar, intentar una nueva clase de fracaso. Que lo máximo que puede ambicionarse es que el poema que escribamos sea el que necesitó ser escrito."
Analía Pinto
1 comentario:
Saludo al Blog, muy enriquecedor
Publicar un comentario