Éste es un auténtico autor abisal: Max Aub, nacido en Francia, criado en España, exiliado en México, un escritor a secas. Su obra es innúmera y desconocida. Hace muy poco que la academia se interesa por él. De hecho, una de las cosas que más me sorprendió cuando cursé Literatura Española B en el 2005 fue su inclusión en el programa de estudios de ese año. Desde luego, nadie conocía a Max Aub. Nadie, excepto una servidora.
Una de sus novelas, quizá de las menos representativas en el grueso de su literatura, pero una irrefutable muestra de su talento, La calle de Valverde, llegó a mí hace ya muchos años. La encontré, como tantas veces, en una mesa de saldos de Corrientes. No me amilanó su grosor (tiene aproxidamente 400 páginas) ni su título aparentemente ínsipido. La compré también porque pertenecía a una colección que nunca me defraudó: los Libros de Enlace de la Biblioteca Breve de Bolsillo de la editorial Seix-Barral. En efecto, la colección sigue sin defraudarme.
Pero deseo hablarles de otro libro de Aub: la recopilación de cuentos La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco (Barcelona, Seix-Barral, 1980), apenas un muestrario breve, muy breve, de su generosa, mordaz, irónica, chispeante, desgarradora pluma. Como decía, Aub es un auténtico autor abisal en tanto su obra ha pasado, excepto entre unos pocos "entendidos", por así decirlo, sin pena ni gloria cuando debiera haber tenido, tal vez, una difusión mucho más acorde con su enorme calidad literaria y, sobre todo, humana.
Max Aub estuvo involucrado en el surrealismo, conoció a todos los que había que conocer en aquella época, y fue, cosa que muy pocos saben, quien le encargó a Picasso el archifamoso cuadro "Guernica". Sus diarios íntimos, titulados, con gran justicia, La gallina ciega, dan testimonio de una vida inquieta, aventurera y de un autor preocupado por devolverle a la literatura su verdadero espesor humano y social. La justicia a la que aludo al referirme al título de sus diarios proviene del hecho de que, luego del forzoso y forzado exilio en México, tras la llegada de Franco al poder, cuando fue posible "volver" a la tierra donde se había criado y donde había escrito, luchado y amado, Aub se sintió tan desarraigado, tan fuera de lugar, tan desconectado con todo eso que antes era tan familiar, que se sintió como jugando a la gallina ciega (para nosotros, irreverentes y machistas rioplatenses, el gallito ciego): los demás veían y él ya no. O lo que veía ya no era lo que sus ojos recordaban o añoraban. Los pasajes del diario en el que se muestran estos contrastes tan marcados son sencillamente escalofriantes.
Pero entremos en materia. Me interesa detenerme especialmente en el cuento que da título a esta compilación, que desde el vamos arranca con una "mentira": la "verdadera" muerte de Francisco Franco no es tal, en tanto no se ha producido aún al momento de ser escrito el cuento (años 60). Sin embargo, la ficcionalización de algo que muchos deseaban y nadie, al parecer, se atrevía a ejecutar pone en marcha una serie de paralelismos en los que sería bueno ahondar (los españoles nuevamente como invasores, un extranjero que debe remediar la situación de una vez por todas). El cuento, como una tragedia griega, se divide en cinco partes y sigue fielmente la estructura trágica:
- en la primera parte se presenta al protagonista y sus circunstancias: Nacho, camarero del bar Español, en la ciudad de México; desde hace veinte años trabaja allí; está informado de todo, lo ha visto todo, conoce las costumbres de todos; es feliz con su trabajo y con lo poco que tiene, no ambiciona mucho más;
- en la segunda parte se describe, con acidez, ironía y una gran cuota de sorna a quienes desencadenarán, sin saberlo, la tragedia: los refugiados españoles, que llegaron en oleadas a México hacia 1939, ni bien se instauró la dictadura franquista (a propósito de ella, los invito a leer esta crítica teatral que realicé para la agencia de noticias ANSUD). Con ellos llega también, para Nacho, el malestar y el ruido. Los refugiados invaden el bar día y noche, vociferan, gritan, las c, la ll y las z retumban sin cesar en los oídos del camarero y, sobre todo, retumba una y otra vez lo mismo: "Cuando caiga Franco...", "cuando caiga Franco...":
- en la tercera aparece un nuevo personaje, Fernando Marín, nuevo empleado del bar, a quien Nacho se aficiona y hace partícipe de la indignación y ofuscación (y uso este término a propósito) que los refugiados españoles y su obsesión le causan. Pero ya no sólo le causan indignación o repugnancia: comienza a tener síntomas físicos, úlcera, gastritis, insomnio, él que nunca había padecido de nada de eso. Se harta y decide tomar cartas en el asunto. Así lo relata Aub:
"Todos los días, uno tras otro, durante doce horas, desde 1939; desde hace cerca de veinte años:
-Cuando caiga Franco...
-El día que Franco se muera...
-Cuando tomamos la Muela...
-No entramos en Zaragoza por culpa de los catalanes.
-¡Vete a hacer puñetas!
Ignacio Jurado Martínez -casi calvo, casi en los huesos (la úlcera), casi rico (los préstamos y sus réditos)- no aguanta más. (...) Tras tanto oírlo, no duda que la muerte de Francisco Franco resolverá todos sus problemas -los suyos y los ajenos hispanos-, empezando por la úlcera.";
-en la cuarta parte, el sencillo plan es llevado a cabo: Franco debe morir. Nacho jamás se ha tomado vacaciones y de buenas a primeras las exige y su patrón se las da. Viaja a Europa, llega a España, nada lo sorprende ("El cielo azul, los árboles verdes, los uniformes y las armas relucientes, los espectadores bobos: todo como debía ser."). Logra inmiscuirse en un desfile militar y sencillamente desenfunda su pistola y le dispara a Franco a una distancia de diez metros. Aprovecha el tumulto y se escabulle, orondamente. Luego realiza, como si nada hubiera pasado, un tour por Europa y se presenta a su trabajo en la fecha convenida;
-en la última parte, cuando Nacho ya cree que todos sus problemas han sido solucionados con la desaparición física del dictador, cuando sólo esperaba que fuera una cuestión de tiempo para que los refugiados volvieran a su tierra de una vez por todas, el pobre camarero ulceroso asiste a la dolorosa anagnórisis, al fin del ofuscamiento que lo llevó a matar y se encuentra no sólo con los refugiados de siempre, diciendo una vez más lo mismo y lo mismo, "serruchando el aire" con sus c, sus ll y sus z, sino con otros cien refugiados nuevos, recién llegados, que se suman a los anteriores y siguen con lo mismo, lo mismo y lo mismo una y otra vez. El pobre camarero desapareció un día y el narrador del relato lo encuentra, ya muy viejo, en Guadalajara, quejándose todavía de los españoles.
Esta sencilla -o compleja, según como se la mire- parábola le permite abordar a Aub el tema fundamental de su literatura: el exilio. El exilio ha sido la fuente de la que ha manado, en principio, su propia escritura, y él, como nadie me atrevería a decir, fue uno de los que más fielmente retrató la diáspora española, tras haberla padecido en carne propia. El exilio es, quizás, como ya bien lo sabían los griegos, uno de los peores castigos, sino el peor, que se le puede inflingir a un hombre. Ni siquiera los exiliados "voluntarios" logran recuperarse de tal impacto. Aunque la imagen sea remanida, no deja de ser efectiva: el exiliado es como un árbol sin raíz.
Y es un árbol el que "relata" los bombardeos y otras atrocidades de la guerra civil en el cuento "Enero sin nombre", del que extraigo el siguiente fragmento, no sólo por lo espeluznante y terrible que allí cuenta, sino porque es una muestra aquilatada del particular, rítmico y más español que el de muchos españoles nacidos en la propia península, estilo de Aub, un abisal, insisto, un heterodoxo, un escritor fuera de casi todos los cánones al uso, tanto en vida como en muerte:
"Un débil silbido que se agrava en abanico. Un tono que crece como pirámide que se construyese empezando por su punta. Un rayo hecho trueno. Una bárbara conmoción carmesí. Un soplo inaudito de las entrañas del mundo, falso cráter verdadero, que enroña y desmantela paredes; descalabra, entalla y descuaja vigas; descoyunta hierros; descrita y enrasa cementos; desfaja, amarillece, desbarriga, desperna y despeña vivos que vienen en un fragmento de segundo a bulto y charco. Quema, rompe, retuerce, descuaja coches y desmigaja sus cristales; derrenga carromatos, desconcha paredes; desploma ruedas convirtiéndolas en brújulas; desfigura la piedra en polvo; descuadrilla un mulo, despanzurra un galgo, descepa viñedos; descalandraja heridos y muertos; destroza una joven y desemeja un carabinero de buen tomo agazajados frente a mí; deszoca por lo bajo a dos o tres viejos y alguna mujer; diez metros a mi izquierda descabeza a un guardia de asalto y cuelga en mis ramas un trozo de su hígado; descristiana tres niños en la acequia del lado bajo; desgrama y deshoja a cincuenta metros a la redonda, y, más lejos todavía, derrumbando tabiques en una casilla descubre alizares de Alcora; despelleja el aire convirtiéndole en polvo hasta cien metros de altura, desoreja hombres dejándolos, como ese que tengo ahí, colgado enfrente, desnudo, con sólo sus calcetines de seda bien puestos, los testículos metidos en el vientre, sin rastro de pelo en ninguna parte, las vísceras y los mondongos al aire, viviendo; los pulmones descostillados, la cara desaparecida -¿dónde?-, los sesos en su sitio, bien visibles y todo él negro, color pólvora."
Después de leer algo así es todavía más incomprensible que alguien pueda defender cualquier clase de fanatismo o cualquier causa, por justa que sea, que se quiera imponer a cualquier precio, a costa de lo que sea. Después de leer algo así, el escalofrío es aún más grande cuando se repara, aunque más no sea mínimamente, en los acontecimientos del mundo actual y sus inminentes consecuencias.
Analía Pinto
2 comentarios:
Hay tanta y tan esmerada interrogación en este texto, que resulta complicado encontrarle “la punta al ovillo”. Quizá de eso se trate y todo sea un juego. O, caso, a pesar de todo, la literatura ¿no es un juego? Posiblemente uno de los juegos más serios que los humanos hayan inventado (vaya si sabrán de esto todos los “dictadores” de la historia). Peligroso a veces, anodino casi siempre (pero el casi responde a cuestiones mercantilistas). Sin más noticia que la que nos ilustrás, me encuentro inmiscuido en un texto, que desconozco: “La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco”. Y en las circunstancias literarias de un señor Aub. Ciertamente, me parece apropiado recordar aquí y por lo que sigue que l'Aube (francés) traducido al español, significa el alba ¿Tendrá algún sentido la raíz? Consulto mi enciclopedia XX (no tengo mi Robert, lo perdí en uno de tantos trueques desganados de mis ya varias separaciones) pero nada, ninguna referencia sin la omnipresente “e” franchuta. Pero lo único que puedo decir es que tanto l’aube o “aube” si no utilizamos el odioso e inevitable artículo, según las reglas gramaticales francesas, suena idéntico a Aub (le perra “e” final francesa, es “muda”).
De quién, entre los latinoamericanos, podríamos decir “es un auténtico autor abisal de enorme calidad literaria y, sobre todo, humana”. Es un desafío al que no me atrevo a dar respuesta. Será porque fuimos y seguimos siendo súbditos ¿Es posible o es “plausible”?
Calidad humana. “La verdadera historia de la muerte de X”. Cada uno pensará en su X en el país en el cual le fue dado reivindicar su patria. Personalmente, pienso en el mundo (social) y recuerdo, resueltamente, a Carlitos ¡No! Ni Groucho ni Marx ni Tevez; pienso en Chaplin y su maravillosa peli.
“Max Aub estuvo involucrado en el surrealismo, conoció a todos los que había que conocer en aquella época, y fue, cosa que muy pocos saben, quien le encargó a Picasso el archifamoso cuadro "Guernica". Sus diarios íntimos, titulados, con gran justicia, La gallina ciega, dan testimonio de una vida inquieta, aventurera y de un autor preocupado por” devolverle a la literatura su verdadero espesor humano y social. Eso nos contás y lo agradezco.
“El exilio es, quizás, como ya bien lo sabían los griegos, uno de los peores castigos, sino el peor, que se le puede inflingir a un hombre. Ni siquiera los exiliados "voluntarios" logran recuperarse de tal impacto. […] el exiliado es como un árbol sin raíz.”
Padecí algo similar, aunque por circunstancias diferentes. Pero ello me anima a decir, sumando: el exiliado es como un árbol que no puede ya poner sus raíces en ningún sitio. Es como un árbol que Vaga por el mundo portándolas como inútil “miriñaque”. Ya no es de ningún lugar. Todos le quedan y en ninguna cabe.
Me quedo con este bello fragmento de "Enero sin nombre”:
"Un débil silbido que se agrava en abanico. Un tono que crece como pirámide que se construyese empezando por su punta. Un rayo hecho trueno. Una bárbara conmoción carmesí. Un soplo inaudito de las entrañas del mundo, falso cráter verdadero, que enroña y desmantela paredes; "
Después de leer algo así es más comprensible que alguien pueda defender cualquier delirio y toda causa, porque es justa, a su mediocre medida, y que se imponga a todo precio, cueste lo que cueste.
Después de leerte así, es extraño y grato que pienses en que “el escalofrío es aún más grande cuando se repara, aunque más no sea mínimamente, en los acontecimientos del mundo actual y sus inminentes consecuencias”.
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