jueves, 25 de febrero de 2010

¿Quién doma a quién?

Por razones que ya no viene al caso explicar he estado sin postear aquí en los últimos seis o siete meses. Por razones que tampoco viene ya al caso explicar, he decidido ponerle fin a esta prolongada ausencia. Y he elegido, para el operativo retorno, un libro que en su momento causó un enorme revuelo y que luego cayó, al menos por estas pampas, en el más oscuro olvido, a pesar de que se reeditó no hace muchos años y de que su autora prosiguió publicando otros ensayos tan polémicos como este, novelas y obras de teatro. 
¿Qué es una mujer? se pregunta Esther Vilar en El varón domado (Grijalbo, Buenos Aires, 1973). Y se responde: "una mujer es un hombre que no trabaja". Ésta es una de las tantísimas frases-granadas que se encuentran en aproximadamente cada página del libro. Vilar hizo lo que hasta ese momento (la primera edición es de 1971, tengamos este dato siempre presente) nadie había hecho: desenmascarar a las mujeres. No somos, como se ha dicho y repetido desde tiempos inmemoriales, las pobrecitas víctimas explotadas y subyugadas por los hombres tiranos sino sus más despiadadas explotadoras, más incluso que sus capitalistas patrones.
Vilar ofrece argumentos sólidos como la roca para probar sus polémicos asertos. Pero, también, justo es reconocerlo, abusa un tanto de las posturas maniqueas y exagera ligeramente en algunas cuestiones. Así y todo, es difícil no ver cuánta razón hay en sus palabras, qué cerca de la verdad se encuentra y qué poco hemos entendido, al menos las mujeres, acerca de nosotras mismas. Tampoco es difícil no ver la ironía feroz y el humor mordaz que salpican convenientemente las páginas de un libro que, a pesar de la sorpresa de su autora, estaba destinado a ser un best-seller y a generar altas dosis de polémica incluso a casi cuarenta años de su primera edición. 
¿Dónde radica el secreto de El varón domado? No sólo en lo polémico por transgresor o desestabilizador de sus manifestaciones, sino en el tono lapidario de algunas de sus sentencias. Muy acertadamente, Vilar utiliza un lenguaje despojado, no carente de términos técnicos, pero en absoluto abstruso o complicado y le elimina cualquier posible floritura o adorno para hacer aún más fuertes y claras sus aserciones. Veamos algunos ejemplos breves (y algunos de ellos, debo decir, a riesgo de que me lluevan piedras de todos lados, irrefutables): 

- "Sobre la sencilla base de que el hombre es un hombre y ella es algo enteramente distinto, a saber, una mujer, la mujer hace sin el menor escrúpulo que el varón trabaje para ella siempre que se presenta la ocasión."

- "Las mujeres no ejercitan sus disposiciones intelectuales, arruinan caprichosamente su aparato pensante y, tras pocos años de irregular training del cerebro, llegan finalmente a un estadio de estupidez secundaria irreversible."

- "Las mujeres pueden elegir, y eso es lo que las hace tan infinitamente superiores a los varones. Cada una de ellas puede elegir entre la forma de vida de un varón y la forma de vida de una criatura de lujo tonta y parasitaria. Casi todas ellas optan por la segunda. El varón no tiene esa posibilidad de elegir."

- "Hagan lo que hagan para impresionar a las mujeres, los varones no cuentan en el mundo de éstas. En el mundo de las mujeres no cuentan más que las mujeres."

- "El varón necesita a la mujer para someterse a ella. Y con objeto de no tener que despreciarse a sí mismo, lo intenta todo para dotar a la mujer de cualidades que justifiquen su propia sumisión."

Todo lo anterior, ha sido extraído de las primeras treinta páginas del libro. Con una precisión admirable, el tono asertivo y lapidario se mantiene hasta el final, y se encarniza -muy apropiadamente- cuando se refiere a las mujeres norteamericanas como las mayores y más exitosas "explotadoras" del planeta así como también las mujeres "más falsas", en tanto son puro perifollo y arreglo externo y superficial (y cero cerebro, desde luego). 
He tenido este libro desde hace años en mi biblioteca (así como otros de la Vilar que procederé a leer inmediatamente: El varón polígamo, continuación de éste y su novela La matemática de Nina Gluckstein) y nunca le había prestado demasiada atención. Lo había comprado porque sabía de todo el revuelo que se había armado en su momento, pero nunca lo había tenido en cuenta para leerlo y ver qué decía. Grande fue mi sorpresa cuando al leerlo comprobé que muchos de mis pensamientos acerca del mundo femenino se encontraban allí, tan prístinos y claros que casi daba miedo (y una gran excitación) seguir leyendo. Baste decir que lo liquidé en apenas tres días y que me quedé anonada al comprobar, al mismo tiempo, como muchas de las conductas "explotadoras" más reprobables están insertas y activas en mí, que me he considerado siempre lo anti-femenino en el sentido mismo que lo expone Vilar.
Siempre pensé que la gran mayoría (no todas, por supuesto; gracias a Dios trabajo rodeada de mujeres sabias, bravas e inteligentes y no por eso menos "bellas" o "atractivas", como una gran parte del discurso oficial nos quiere hacer creer todavía) de las mujeres era idiota e ignorante por decisión propia. En los medios en los que me movía (familia, amigas, conocidas) veía siempre que estas mujeres infradotadas, no por la naturaleza sino por su propia dejadez, cultivaban con gran esmero la tontería más grosera y aparatosa y renunciaban voluntariamente al saber "para ser madres" o "para dedicarse completamente a la casa". ¿Quién, en su sano juicio, puede creer que dedicarse a la casa es una tarea digna o interesante? ¿Qué tan ciego e insensible hay que ser para no darse cuenta de que las tareas de la casa son una de las cosas más denigrantes que existen? ¿Y cómo es posible que con todos los adelantos tecnológicos con que se cuenta hoy día siga habiendo mujeres decididamente ignorantes e idiotas, que ni siquiera aunque trabajen o estudien logran alcanzar un mínimo de brillantez intelectual?
Desde luego, es posible porque todo el sistema, tal como lo plantea Vilar, está pensado para servir siempre a los intereses de las mujeres, a saber, procurarse un hombre que las mantenga a ellas y a sus crías de por vida o por el mayor tiempo posible. Siempre me negué, de plano, a aceptar una cosa así (aquí mis mordaces compañeros podrían agregar "¡por eso no tenés novio!") porque siempre pensé que era una degradación moral esperar una cosa así de otro ser humano. Y sí, tal vez por eso no tenga novio o no me haya casado pero es que me niego, me rehúso y me resisto a creer que la única manera de conseguir interesar a un hombre sea o bien jugando el papel de nena tonta e indefensa que no puede hacer nada sola o bien el de una terrible y sensual vampiresa dispuesta siempre a cumplirle todas las fantasías (sexuales, por supuesto). 
El libro de Esther Vilar viene justamente a denunciar este estado de cosas que prosigue en el presente aunque haya ligeramente cambiado y hoy día muchas más mujeres trabajen, ocupen puestos de poder (pero mejor no opinemos de eso...) y cultiven verdaderamente su inteligencia (y no que se aprenden un par de cosas de memoria "para zafar" y nada más). 
En una ocasión asistí, horrorizada, a una discusión propia de imbéciles o retardados mentales, desde luego entre mujeres. Una de ellas se había casado recientemente y toda su aspiración en la vida parecía ser convertirse en la mujer perfecta, léase "el ama de casa perfecta" puesto que en su estrecha y condicionada mente no cabía la idea de que una mujer pudiera ser otra cosa. Toda su cháchara y parloteo incesante se dirigía una y otra vez hacia lo mismo y la bendita discusión que tuve el horror de presenciar giraba en torno a si debían o no plancharse las sábanas. Y en caso de que se plancharan, cuál era el mejor modo de doblarlas para que no se arrugaran. ¡Qué festival de sabiduría se necesita para debatir semejante cosa! El solo hecho de que esa "discusión" tuviera lugar demuestra hasta qué punto se puede ser "una criatura tonta y parasitaria" tal como lo sostiene Vilar. Para mis adentros yo me decía "si eso es ser una mujer, yo no quiero ser mujer!". Hoy día sigo pensando lo mismo, pero lo matizo del siguiente modo: no quiero ser esa clase de mujer, me resisto con todas mis fuerzas a ser una "mujer" cuya máxima preocupación es cómo se debe doblar una maldita sábana. 
Para finalizar -y abrir la polémica- transcribo un párrafo de un reportaje realizado a Esther Vilar, quien ahora vive en Inglaterra, y prosigue denunciando lo que el establishment, los medios y muchas otras corporaciones no quieren que veamos: 

“El tema de fondo en todo lo que escribo –dice– es el miedo a la libertad, por el cual vamos haciendo tantos contratos y siguiendo tanto a líderes políticos, ideológicos y religiosos. Una de las principales causas de los males de esta tierra es que siempre tenemos que seguir a alguien, por el pánico de asumir la responsabilidad de elegir y equivocarnos en la elección. Lo que queremos, en el fondo, es estar en una comunidad en la que todos nos portemos igual y que lo que sea bueno o malo sea definido desde afuera. Pero la libertad es la responsabilidad absoluta por nosotros mismos. Es saber que posiblemente vayamos a morir solos, y si no creemos en otra vida, en que la muerte es sólo mudarse de una casa a otra más cómoda, es algo bastante duro”.

Analía Pinto

2 comentarios:

Anónimo dijo...

cómo me gusta su blog,
Felicidades por él,
Saludos,
Juanma

Anónimo dijo...

Por cierto, soy Juanma,
a veces se me cuela un perfil que tengo para el instituto en el que estudio.

Saludos