Debo la idea original de este posteo a mi maestro de taller literario, el escritor Marcelo di Marco. Sin embargo, como siempre me suele suceder, al momento de venir y sentarme aquí a redactar mi porción de felicidad escrita de cada jueves, las cosas toman un giro inesperado.
En la pasada clase de taller del sábado, no recuerdo a cuento de qué hablamos de Roberto Arlt. Yo mencioné sus alucinantes aguafuertes porteñas, esos textos, mejor dicho, esa columna diaria que publicó primero en el diario Crítica y luego en El Mundo (duplicando y hasta cuadriplicando la tirada de ambos diarios gracias a los miles de seguidores que tenía su pluma), en un formato muy parecido, o por lo menos con el mismo "principio activo" que los actuales blogs, a punto tal que hasta recibía sugerencias de los lectores acerca de sobre qué debía escribir... Entonces Marcelo apuntó: "podrías escribir algo de eso en tu blog".
Ni lerda ni perezosa, pensaba hablarles de una de mis aguafuertes favoritas (tengo muchas, pero "El idioma de los argentinos" resume el espíritu literario arltiano de un modo supremo) y también de uno de sus cuentos más recordados ("Escritor fracasado"), pero el caso es que he decidido hacer otra cosa completamente distinta, si bien siempre alrededor de Arlt. Tengo para mí que Arlt no sólo fue un periodista de raza, un escritor de puta madre y un personaje digno de la admiración más profunda, sino que también fue un gran poeta.
Y, sí, es cierto: no escribió un solo verso. O si los escribió no han llegado hasta nosotros. No importa. No es la métrica o la disposición tipográfica lo que definen que un texto sea poético. Es la actitud frente al lenguaje la que determina eso. Y la actitud de Arlt fue siempre la de un poeta, la de alguien dispuesto a sacarle a las palabras (¡de un idioma que ni siquiera era el suyo propio!) el máximo brillo posible, el más aquilatado sabor, el destilado, para usar una palabra cara a su estética, más exquisito posible de su fugaz sustancia. Y hoy voy a demostrarlo.
Pero antes quisiera hacer un pequeño rodeo. Me he cansado de escuchar y de leer que Roberto Arlt "escribía mal", "tenía faltas de ortografía" y muchas otras sandeces por el estilo que los escritores ñoños esgrimen como espadas flamígeras para ocultar sus propios fallos y sus tamañas faltas no sólo de ortografía sino del más esencial decoro literario. "Total, como Arlt, que es venerado por la crítica y fue un éxito de público en su época, escribía mal, yo puedo hacerlo peor y decir, como el escritor fracasado de su cuento, que soy un genio incomprendido". Pero Arlt no escribía mal: escribía a su manera, que es algo muy distinto. Y escribía del modo en que lo hacía como resultado de su peculiar educación (sólo fue hasta tercer grado de la primaria), de su más peculiar aún conformación familiar (su madre le hablaba en italiano mientras que su padre, con quien no se llevaba precisamente bien, lo hacía en alemán) y más todavía de sus gloriosamente desordenadas, glotonas, voraces y maratónicas lecturas (como deben ser las lecturas de cualquier escritor, si vamos al caso). Arlt fue un verdadero autodidacta. Y ni siquiera tenía faltas de ortografía, ya que trabajaba y escribía para uno de los diarios más leídos y vendidos por aquel entonces (años 30) en Buenos Aires. Lo que leemos ahora, aquí en Internet y también fuera de ella, sí que está plagado de faltas de ortografía, de dislates gramaticales y de ominosos disparates semánticos (ver aquí).
Dicho esto, quiero traer a colación unas palabras de su primer biográfo, el escritor y crítico Raúl Larra, quien no sólo escribió la primera biografía "oficial" de Arlt (Roberto Arlt, el torturado) sino que se abocó a la tarea de editar su obra completa cuando, muy pocos años después de su muerte, ya nadie se acordaba prácticamente de él. Dice Larra en el prólogo a la primera edición de su biografía: "Pienso, además, que queda mucho por decir. En el aspecto estricto de la crítica literaria, en el análisis del lenguaje, de sus aportes al idioma argentino. ¡Qué hermosa tarea para un estudiante de Filosofía y Letras la de fichar el léxico de Arlt!. ¡La riqueza que descubriría!".
Nada más cierto. Es más, me atrevería a decir que el léxico de Arlt es aún más profuso y descomunal que el de Borges. Y creo que lo que haré a continuación dará una viva muestra de ello, ya que si Larra proponía como una hermosa tarea la de fichar sólo su léxico, yo me he propuesto hoy, como una tarea más hermosa aún, la de anotar y compartir con uds. algunas de las imágenes poéticas que, casi al desgaire, como quien no quiere la cosa, Arlt va dejando caer en medio de su narrativa, como pinceladas auténticamente expresionistas, como fugaces y demenciales apariciones, como trozos desgarrados de un lienzo que se van encontrando aquí y allá y que denotan, sin lugar a dudas, la profunda preocupación por comunicar, sacar a la luz, exponer, con crueldad pero también con infinita belleza, algo de ese riquísimo mundo interior que estuvo entre nosotros sólo (¡tan sólo!) cuarenta y dos años.
Los dejo entonces, con un cross de derecha de poesía pura tras otro, con la humilde prepotencia del que ha entrevisto la divinidad y vuelve para contarlo, con la alucinada ciencia del que ha tocado la belleza del mundo y no puede, desde ningún punto de vista, guárdarselo para sí. Lean, disfruten y después me cuentan.
De la novela El juguete rabioso (1926):
"A momentos la súbita claridad de un rayo descubría un lejano cielo violeta desnivelado de campanarios y techados. El alto muro alquitranado recortaba siniestramente, con su catadura carcelaria, lienzos de horizonte."
"Tras los vidrios de la ventana que daba a la calle, frente a la balconada, veíase el achocolatado cartel de hierro de una tienda. La llovizna resbalaba lentamente por la convexidad barnizada. Allá lejos, una chimenea entre dos tanques arrojaba grandes lienzos de humo al espacio pespunteado por agujas de agua."
"En una llanura de asfalto, manchas de aceite violeta brillaban tristemente bajo un cielo de buriel. En el zenit otro pedazo de altura era de un azul purísimo. Dispersos sin orden, se elevaban por todas partes cubos de portland."
"Grandes manchas de oro tapizaban el horizonte, del que surgían en penachos de estaño, nubes tormentosas, circundadas de atorbellinados velos color naranja."
Del cuento "La luna roja":
"El edificio de cemento se llenó de zumbidos. No de voces humanas, que nadie se atrevía a hablar, sino de roces, tableteos, suspiros. De vez en cuando alguien encendía un fósforo, y por el caracol de las escaleras, en distintas alturas del muro, se movían las siluetas de espaldas encorvadas y enormes cabezas caídas, mientras que en los ángulos de pared las sombras se descomponían en saltantes triángulos irregulares."
"Los planos perpendiculares de las fachadas reticulaban de callejones escarlatas el cielo de brea. En las murallas escalonadas, la atmósfera enrojecida se asentaba como una neblina de sangre. Parecía que debía verse aparecer sobre la terraza más alta un terrible dios de hierro con el vientre troquelado de llamas y las mejillas abultadas de gula carnicera."
"De la luna, fijada en un cielo más negro que la brea, se desprendía una sangrienta y pastosa emanación de matadero."
"La multitud en realidad no caminaba, sino que avanzaba por reflujos, arrastrando los pies, soportándose los unos en los otros, muchos adormecidos e hipnotizados por la luz roja que, cabrilleando de hombro en hombro, hacía más profundos y sorprendentes los tenebrosos cuévanos de los ojos y roídos perfiles."
Del cuento "El traje del fantasma":
"(...) allí los diques rebalsaban de fango y agua podrida. Carcomidas por el óxido, las grúas enrojecían bajo un cielo de azul lejía. Una chata de hierro encallada en el légamo se había convertido en un vivero de ratas atroces."
"(...) a veces abría los ojos y el sol estaba bajo y resplandecía como un carro de oro atascado en una llanura vinosa y otras, en cambio, rojizo como un disco de cobre, entre nubarrones violetas, aparecía furtivo ante mis ojos que volvían a cerrarse."
"(...) sumamente lerdo de ideas, se limitó a mostrar la media luna de sus dientes entre las negras bananas de sus labios."
"Claras estrellas fustigaban de luz remota las cóncavas distancias, de manera que aunque yo sabía que era de noche, el paraje aparecía envuelto en claridad celeste."
"La primavera surgía de mi instrumento. Cada nota de vidrio, de hierro, de cobre o de plata, batía un orgasmo en flor, una abertura de ramajes morenos en lo azul de nácar del espacio, una curvatura de vergeles verdes."
"(...) las flores blancas extendían sus pétalos en tal extensión que me parecía caminar en una llanura de mariposas dormidas."
"Una lívida claridad de crepúsculo verdoso penetraba el espacio como la luz irreal de una decoración de teatro."
Del cuento "Noche terrible":
"Distancia encajonada por las altas fachadas entre las que parece flotar una neblina de carbón. A lo largo de las cornisas, verticalmente con las molduras, contramarcos fosforescentes, perpendiculares azules, horizontales amarillas, oblicuas moradas. Incandescencias de gases de aire líquido y corrientes de alta frecuencia. Tranvías amarillos que rechinan en las curvas sin lubricar. Ómnibus verdes trepidan sordamente lienzos de afirmados y cimientos. Por encima de las terrazas plafón de cielo sucio, borroso, a lo lejos rectángulos anaranjados en fondos de tinieblas. La luna muestra su borde de plato amarillo, cortado por cables de corriente eléctrica."
"Un foco ilumina con ramalazo de aluminio las tres cuartas partes de su rostro, y el vértice de su córnea brilla más que el de un actor de cine."
"Ricardo Stepens no olvidará jamás esta noche, decorada en la altura por contramarcos de gases fosforescentes y locomotoras de lámparas eléctricas que ponen agujeros negros o soles violetas entre las constelaciones rosas de otros letreros luminosos que antorchan permanentemente las crestas de la ciudad capitalista con sus estructuras de castillos de hadas."
De más está decir que su novela Los siete locos (1929) y su continuación, Los lanzallamas (1931), está repleta de imágenes tan o más poéticas que las que cité aquí, así como el resto de sus cuentos y su obra en general. Pero como considero que lo expuesto supra es más que suficiente como para abrir el apetito de los comensales, cierro esta nota con estas palabras de Larra: "[Arlt] era un creador extraordinario que amaba los contrastes violentos, las sorpresas inesperadas y las situaciones más contradictorias."
Analía Pinto
1 comentario:
Cuánto tenemos para re-crear un mundo que marcha, a la deriva, hacia el abismo; y cuánto tan a mano.
Nada podría agregar a los bellísimos textos que nos brindás y, menos aun, al autor que rescatás del fondo oscuro del abismo al que se hunde, a favor de los cultores del "hacé plata rápido", a nuestros 'padres'.
Sólo voy a rescatar una de tus ideas tan poéticas como las que nos acercás: la humilde prepotencia del que ha entrevisto la divinidad y vuelve para contarlo, con la alucinada ciencia del que ha tocado la belleza del mundo...
¡Gracias A.P.!
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