jueves, 24 de julio de 2008

Apuntes y pensamientos de un narrador fabuloso

Cuaderno de apuntes - Michael Ende El Cuaderno de apuntes (Barcelona, Alfaguara, 1996; título original: Michael Ende's Zettelkasten; traducción de Carmen Gauger) de Michael Ende es un libro delicioso se lo mire por donde se lo mire. Contiene diversas clases de textos, entre ellos poemas, canciones, reflexiones breves, cuentos, fábulas, reportajes, "versos soñados" (como éstos: "En la ostra opalescente de la mañana / yace el sol, pálido y refulgente / como una perla", o éstos: "La barba cristalina de la vetusta lluvia / se posa sobre los tejados de la ciudad."), pequeños sketches teatrales, cartas, un cuestionario de 44 preguntas que reproduje aquí y un misterioso ouroboros verbal que reproduje también aquí.

Entre todo ese bosque de textos me interesa detenerme, en esta ocasión, en aquellos momentos en los que Ende, el reconocido autor de La historia sin fin y Momo, entre otros libros de presunta "literatura infantojuvenil", de gran acogida en los años 80, cuando Harry Potter no había nacido aún (dejo para otro lugar mi opinión acerca de la existencia o no de tal género literario), los momentos, decía, en los que reflexiona sobre el arte, los artistas y el mundo, que me han parecido, a lo largo del libro, los más fructíferos (y vivificantes) de todos.

Las primeras reflexiones al respecto aparecen, en verdad, en forma de preguntas, en el cuestionario ya citado (las "Cuarenta y cuatro preguntas al amable lector"). Estas preguntas que Ende lanza al aire sin más se van respondiendo, no todas pero sí quizá las más urticantes, a lo largo del libro. Teniendo en cuenta que este Cuaderno es sólo una ínfima selección del archivo personal de Ende, realizada por Roman Hocke, imagino que las preguntas que aquí quedan sin responder podrían ser respondidas con el resto de sus papeles.

En primer lugar hay que decir que Ende está en contra de la ya fastidiosa y omnipresente entronización de la "realidad demostrable" (la de los científicos, si se quiere) como única realidad posible. Sobre este tema volverá en numerosas oportunidades. Aquí, en "También es una razón", una primera aproximación:

"estoy convencido de que el arte y la poesía de todos los tiempos y de todos los pueblos se acercan mucho más a la verdad que la triste imagen de la realidad de lo sólo-demostrable, una realidad que en el mundo de hoy pretende ser lo único cierto."

Pero es en "Pensamientos de un indígena centroeuropeo" donde Ende la emprende más fervientemente contra los Señores del Mundo y su racionalidad a cualquier precio. Bajo la premisa de hacerse pasar por un "ser primitivo, originario de una reserva centroeuropea" (el viejo truco de presentarse como un otro para poder ver con más detalle la realidad propia) y de defender los estatutos, por así decirlo, de su reserva (la "literatura infantil"), Ende se despacha contra quienes han logrado que ya no haya fantasía en el mundo, contra los desfazedores de hechizos, los amantes irredentos de la máquina, la estadística, la ciencia más pura y más dura, la que excluye cualquier posibilidad no explicada por las leyes de la causa y el efecto. Dice entonces:

"al pequeño salvaje se le explica con la máxima claridad que todo lo que hasta entonces le hacía ver el mundo como algo afín, como algo suyo, no era sino un burdo y amable embuste. No hay Niño Jesús, no hay cigüeña, ni conejito de Pascua, ni ángel de la guarda ni enanitos. El pequeño salvaje se entera de que hasta entonces, durante todo el tiempo, se le ha tomado por un perfecto idiota, ni más ni menos."

Y luego:

"El llamado adulto de hoy, a quien le han obturado el cerebro con un concepto de realidad mezquino hasta la ridiculez, considera todo lo maravilloso y misterioso como 'irracional', como 'fantástico' o 'de evasión' o comoquiera que recen todas esas expresiones degradantes."

¿Hay acaso mayor desilusión que la de saber que los Reyes Magos son los padres? ¿Que no es cierto que hay camellos, que tanta agua y tanto pasto dejado cada 5 de enero por la noche han sido totalmente en vano? ¿Que la mágica aparición de los regalos no se debió a Melchor, Gaspar y Baltasar sino a nuestros padres? Sólo pensarlo me produce escalofríos, porque en algún rincón de mi alma, sigo pensando que los Reyes Magos existen, que hay un ángel de la guarda, que la cigüeña trae colgando de su pico a los bebés y que un ratoncito se lleva los dientes que le dejamos debajo de la almohada con tanta devoción. Si no pensara todo esto, no podría formar parte de la misma religión de la que Ende se declara devoto:

"Nuestra religión se llama poesía. Creemos que la poesía es para los hombres una necesidad vital elemental, a veces más vital que el beber y el comer. (...) La poesía es la capacidad creativa que tiene el hombre de vivirse y de reconocerse a sí mismo una y otra vez en el mundo y al mundo en sí mismo. Por eso toda poesía es, en su esencia, 'antropomórfica', o dejará de ser poesía. Y justamente por ese motivo, toda poesía tiene afinidad con lo infantil."

En "Lo eterno infantil" Ende vuelve sobre el tema. Esta vez, intenta dilucidar las razones por las que escribe. Como el texto fue escrito para ser leído en un congreso sobre literatura infantil, sus reflexiones giran en torno a ella y dice:

"yo no escribo en absoluto para los niños. Quiero decir que mientras escribo, no pienso nunca en los niños, no reflexiono sobre cómo he de expresarme para que me entiendan los niños, no elijo o desecho un tema porque éste sea o no sea apropiado para niños. En el mejor de los casos podría decir que escribo los libros que me habría gustado leer de niño."

Y más adelante, sigue:

"Creo que las obras de los grandes escritores, artistas y músicos tienen su origen en el juego del eterno y divino niño que hay en ellos: ese niño que, prescindiendo totalmente de la edad exterior, vive en nosotros, ya tengamos nueve o noventa años; ese niño que nunca pierde la capacidad de asombrarse, de preguntar, de entusiasmarse; ese niño en nosotros, tan vulnerable y desamparado que sufre y busca consuelo y esperanza; ese niño en nosotros que constituye, hasta nuestro último día, nuestro futuro."

Esta idea del juego, y del arte como el juego más supremo, sublime y fabuloso, recorre todo el pensamiento vivo de Ende:

"Hasta el Creador de este nuestro mundo jugó cuando creó la Naturaleza, pues nadie podrá convencerme jamás de que la infinita variedad de formas y colores del mundo de los animales, plantas y piedras ha surgido únicamente por la imperiosa necesidad de sobrevivir y adaptarse."

La finalidad, entonces, del arte, no es "trasmitir un mensaje" o "dejar una enseñanza", como las mentes bienpensantes suelen creer a pie juntillas, sino únicamente restablecer el equilibrio perdido, prestarle al mundo "encanto y misterio", encanto y misterio que han perdido tras un largo siglo de racionalidad pura, y todavía más todo arte tiene una "finalidad terapéutica":

"Pues el arte verdadero, la poesía verdadera, nacen siempre de la totalidad de cabeza, corazón y sentidos, y restablecen esa totalidad en los hombres que tienen acceso a ellas, o sea, devuelven la salud, sanan a los hombres."

Y que alguien me demuestre lo contrario, agregaría yo aquí (de seguro no faltará un desquiciado que lo intente). Y agregaría también muchas cosas más, pero espero haber sembrado la curiosidad y las ganas de ir al encuentro de este libro, del mismo modo que uno va al encuentro de un amado, de un sabroso chocolate o de un sorbo del vino favorito. Con esa fruición anticipada. Con la misma pasión. Con ganas de encontrar y encontrar lo inesperado.

Analía Pinto

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