“La belleza moderna será convulsa o no será” es el epígrafe que abre uno de mis libros favoritos de Francisco Umbral, precisamente La belleza convulsa (Barcelona, Seix-Barral, 1986). Umbral es, a mi entender, uno de los mejores escritores españoles vivos. Hago esta aclaración, un tanto macabra, porque siempre nos acordamos de los escritores muertos y los vivos, bien, gracias (*). Y es uno de los mejores no porque venda mucho (aunque vende) ni porque el año pasado (o el anterior, no recuerdo) le hayan dado el Premio Cervantes ni porque escriba día a día en un reputado diario madrileño (aunque todo esto contribuya a que lo sea). Es uno de los mejores escritores españoles de la actualidad porque ha logrado lo que todo escritor que se precie de tal quiere lograr: un estilo propio. Donde propio quiere decir identificable, distinguible, único. Y es único por su depurado, finísimo y personal uso del lenguaje, del hermoso lenguaje castizo que todos nosotros -sobre todo acá, en Argentina- vamos arruinando y desconociendo más cada día.
Pero hablemos de Umbral mejor. Es decir, del hombre Umbral y del personaje Umbral, del personaje literario llamado "Francisco Umbral" (como aquel otro llamado simplemente "Borges") que hoja tras hoja se va retratando en todos sus libros, así como los ocho pósters que lo retratan en su monacal "cuarto de estudiante" y como también lo hace en este libro, diario falaz con una bellísima flor dentro, en el que pone a prueba su cotidianeidad de escritor célebre y periodista estrella.
Esa misma cotidianeidad que se deja ver mientras espera que el motorista venga a buscarle su columna diaria para el reputado periódico madrileño y nos habla, con el pudor impudoroso que lo caracteriza, de su soplo en el corazón, molesta metáfora del soplo final, o de su oído izquierdo, momentáneamente sordo al mundanal ruido, endeble equiparación con van Gogh. Mientras nos habla también de su gata Ada o el ardor (felino homenaje a Nabokov), y de cómo llegó ese trapillo asustado hasta él, más muerta que viva y de cómo la cuidó y estuvo a su lado hasta que se recuperara. Nos revela también sus pensamientos sobre las mujeres (las mayores, las no tan mayores y las niñas), sobre la poesía, sobre algunos poetas, como el muerto por aquellos días Vicente Aleixandre, uno de sus padres nutricios, todo fraguado dentro de ese falso diario, con su bellísima flor -seca pero olorosa aún- en medio.
Pero ése es el personaje Umbral, y me gustaría mucho más encontrar las fisuras por donde se cuela el hombre Umbral, instancia imposible de soslayar, aún cuando uno se transforme (a sabiendas) en personaje. El bello hombre Umbral, con su soplo en el corazón ("Un soplo aórtico. Ahora los médicos lo llaman un soplo. La palabra se desliza sola hacia una gran variedad de imágenes fáciles. La muerte que sopla en la llama de mi sangre, etc. Dejémoslo, no sigamos por ahí. Lo díficil de la literatura es evitar lo fácil"), su oído izquierdo privado (momentáneamente) del sonido ("Se me ha tapado el oído izquierdo, por unos días o para siempre (habrá que ir a Olaizola, a ver qué dice), y ando por el mundo sin una oreja, no porque me la haya cortado -nada de van Gogh, nada de literatura, aquí se trata de la vida-, aunque, de todos modos, no me atrevo a mirarrme en los espejos, por si es verdad que no tengo oreja, y me peino el pelo para ese lado, por ocultar lo que no sé si no existe"), su gata rota ("Trapillo con ojos, bayeta vieja, remendada y recosida, harapo que vive, dulcísimo despojo, felinidad cazadora para la que serían muy apetitosas las charcuterías interiores de mi corazón y de mi aorta. Lástima no poderla dejar que muerda ahora mismo, en vida suya y mía"), sus mujeres, el whisky jotabé, el motorista que llega cada mediodía a buscarle su columna para el diario...
El bellísimo hombre Umbral, siempre con su pelo largo y sus gafas gruesas, sus botas (de las que habla in extenso en otro de sus excelentes libros, Mis paraísos artificiales), su sillón de orejas y el otro, el que aparece en todas las fotos, de blanco mimbre, con más novelas de las que mi mente puede recordar (y tantas novelas que aún no he leído, aunque ya son algunas menos que cuando redacté esto), con sus libros de mordaz crítica literaria, con sus experiencias con el Viagra (retratadas en Historias con el Viagra), con sus envidiables horarios, su fama de mujeriego persiguiéndolo como una mala sombra... El hombre y el personaje Umbral, tan hombre y tan personaje que, sin pedirle permiso, yo lo metí en una de mis inconclusas novelas, para que como un sexy Virgilio condujera a mi protagonista (casi casi, yo misma) por las calles del Madrid infierno que yo aún no conozco, pero que tanto amé a través de sus páginas. Ésta es la verdadera magia de la literatura.
Sigamos con el hombre y dejemos un poquito atrás al personaje: el hombre Umbral se cuela cuando dice: “hay mujeres que dan para un libro entero y mujeres que son un relato corto. Esto, por supuesto, no tiene nada que ver con la intensidad de la relación”. A una mujer como yo, es decir, a una romántica como yo, leer tal declaración le produjo un inmediato estupor, un largo desasosiego y la espinosa pregunta: ¿seré cuento o seré novela? ¿o no seré nada? Y al estar perdidamente enamorada de un músico (condición que se mantiene al reescribir este artículo para transformarlo en el primer posteo oficial de este blog) no puedo evitar preguntarme, con un dejo cruel de angustia: ¿seré canción, seré siquiera melodía? ¿Fui, alguna vez, o seré, quién sabe cuándo, al fin, musa y no sólo vestal de su fuego? Y así el hombre Umbral equipara belleza con más belleza.
Otra cosa en la que es sin dudas un maestro, además de en el manejo del lenguaje, es en la elección de epígrafes para sus libros. Por supuesto que los considero una de las claves fundamentales de toda lectura (quizá la única clave auténtica, porque nos la entrega directamente el autor, para que no nos perdamos si de pronto oscurece al entrar en el bosque sombrío -pero maravilloso- de su texto) (**) y en Umbral, el epígrafe se vuelve siempre un leit-motiv, un tema que se repite, pero con variaciones, con helicoidales variaciones. Retoma sus epígrafes, una y otra vez, como un faro que nunca descansara para decirnos siempre donde está la playa. Y en la playa de este libro, está el de André Breton citado al comienzo y las reflexiones de Umbral acerca de qué quiso decir Breton con ello ("Cada día va uno comprobando más, a medida que profundiza en la belleza convulsa, que todo lo bello nace y vive entre convulsiones") y sobre el surrealismo, entre otras cosas, se van confundiendo con la gata Ada o el ardor, con el soplo de su corazón, con su oído izquierdo privado de audición, ese mundo a la mitad, con el infaltable jotabé, el motorista que viene/no viene a buscarle la columna para el reputado diario madrileño...
Umbral, post-surrealista, un niño de entreguerras, un “pillete del subconsciente”, que escribe "en espiral" (y al parecer se ha llevado a la tumba el secreto acerca de cómo hacerlo), dice del surrealismo: “el surrealismo es eso: meter lo insólito en lo cotidiano, poner manos arriba la cotidianeidad con dos tetas como dos pistolas”. Eso es lo que hace en este libro, poner manos arriba su propia cotidianeidad como el (al parecer) olvidado surrealismo hizo y quiso hacer. Como pretende hacer, alguna vez, todo escritor. No sólo ponerla manos arriba, sino exprimirla, obligarla a dar de sí todo lo que pueda dar (y si es posible -y lo es- más) y no sólo las magros pedruscos, bastante opacos, a los que hay que pulir y refregar, que entrega de vez en vez.
Tanto el hombre Umbral, como el personaje, es un ser sensible a los demás seres, en especial si éstos tienen un suave pelaje que acariciar y tienen “lo femenino en estado puro”. Ten cuidado de los amantes de los gatos, dice un hermoso (y breve) poema de Kenneth Rexroth... Sí, ten cuidado, y lo digo yo, otra amante insurrecta de los gatos (como mi mentor poético y espiritual, Baudelaire), que tuve una hermosa gata gris durante casi diez años (y antes había tenido otros dos gatos, y mientras ella estaba, vinieron otros dos a incomodarla; y ahora, año 2008, la casa está llena de felinidades felices que se mueven como un apretado cardumen a la hora de la comida y que luego se dispersan, serenos, altivos, pipones, por toda la casa). De ellos, los gatos, los reyes de la distancia hiératica, la elegancia y el infinito, de Ada o el ardor dice: “no quisiera perder a este ser puro, musical y silencioso, que me lame las manos cuando trabajo y que duerme encima de mí, cuando leo, sin pesarme en el regazo. La amo. Llega un momento en la vida (lo tengo muy repetido) en que uno descubre que la única pureza errante sobre la tierra vaga en los animales".
Abro el libro al azar, lo abro en su bellísima flor ya seca (pero aún le queda algo de perfume) y el hombre Umbral se cuela de nuevo cuando dice: “la muerte no es un disparo de luz ni una mano agónica en la noche. La muerte se va instalando en nosotros, haciendo nido, nidos, como las gaviotas en un farallón marino”. Y luego: “La muerte, sí, va haciendo hospedaje en nosotros. Acabaremos por dejarle la casa entera”. Por cierto, pero tenemos la belleza, quiere decirse, como diría él, el arte, para contrarrestarla hasta que se quede con toda nuestra maltrecha o lujosa casa. Tenemos, entre otras cosas, toda la belleza de la literatura, toda la belleza del hombre (y del personaje) Umbral para que nuestro paso por aquí sea un poco más gozoso.
Así es este hombre, este personaje, amante de los felinos (y de las felinas) y del jotabé, ese hombre que es un soplo, que ha jugado a "la autocompasión, juego que me encanta y que llena toda la literatura, contra lo que crean algunos cormoranes de pulcra y seca redacción" y del que “este libro es sólo la rúbrica final y gozosa de un hombre que se deshombriza”.
Pero no era cierto: por suerte, hay (había) Umbral para rato.
Y la belleza será, por supuesto, convulsa.
Analía Pinto
(*) Este artículo fue originalmente escrito en el año 2002. Lamentablemente, y como recordé en mi primer blog oficial el mismo día que lo fundé, Francisco Umbral falleció el 28 de agosto del 2007. Podría haber borrado este fragmento y reemplazarlo por otro o no poner nada y ya, pero me pareció un buen matiz de lo que el tiempo, ese asesino que mata huyendo como ya dijera el inefable Quevedus, puede hacer no sólo con nosotros sino también con la escritura. Porque la escritura también está hecha de tiempo. Tiempo ganado a la inoperancia, a la desidia, a la estupidez. Tiempo robado a los dioses. Tiempo propio, único, intransferible pero a la vez pasible de ser compartido con quienquiera que nos lea.
(**) Dejo adrede esta declaración de candidez literaria hecha en el 2002, precisamente por su candidez. Hoy día no adscribo ya a esa teoría de que los epígrafes sean la única clave "auténtica" para decodificar correctamente un texto que recurra a ellos, sólo porque ésta haya sido entregada por el escritor. Si el escritor es pícaro, y cualquier escritor debe serlo, pondrá sus epígrafes para despistar, para hacernos pensar que se dirige a A cuando en verdad se dirige a B no sin antes pasar por Y, X y Z... y recién entonces, quizás, llegar a A. Desde luego que el escritor, por más pícaro que sea, no querrá que nos perdamos inexorablemente (ya que su objetivo es que lo lean hasta el final y descreo de quien afirme lo contrario) y el epígrafe puede funcionar como textual hilo de Ariadna, pero aún así, colgarse sólo de él, como lector, me parece de una temeridad terrible.
3 comentarios:
Genial Idea Analía; en mi caso, carezco de conocimientos de otros poetas y escritores maravillosos; es una muy buena idea y de seguro andaré bastante por aquí.
Besos
Liliana
precioso blog, enhorabuena por el
Erika
“La belleza moderna será convulsa o no será”
Ante esta idea recurro al “Dic” (RAE) y me quedo con algunas acepciones
• belleza. (De bello). [Del lat. bellus,a,um, gracioso, agradable] 1. f. Propiedad de las cosas que hace amarlas, infundiendo en nosotros deleite espiritual. Esta propiedad existe en la naturaleza y en las obras literarias y artísticas.
• convulso, sa. (Del lat. convulsus). 1. adj. Atacado de convulsiones.2. adj. Que se halla muy excitado.
• excitar. (Del lat. excitāre). 1. tr. Provocar o producir una reacción o una respuesta en algo o en alguien.
¿La belleza convulsa sería entonces un deleite espiritual que provoca o produce una reacción o una respuesta en algo o en alguien? Habría que recurrir al latín, para vislumbrar por qué la RAE aclara que “la belleza” es una propiedad encontrable en la naturaleza y en las obras literarias y artísticas; y en segunda acepción indica 2. f. Mujer notable por su hermosura. Y será que no hay belleza en el hombre. No creo.
Reflexiono sobre la belleza “hoy”. Pienso en que la han estigmatizado (mercantilizado), ya es para otra divagación quién. Pareciera “bello” aquello que mediáticamente nos “taladran” a diario para indicarnos la diferencia con todo lo “otro” casi digno, cuasimodicamente, de ser desterrado del Olimpo (Paraíso, realidad, lo que sea). Vender belleza e indicar de que se trata para inducir: marcas, modas, estilos. En todo casi, también en la literatura.
Si “todo escritor que se precie de tal quiere lograr: un estilo propio, identificable, distinguible, único” y “hay mujeres que dan para un libro entero y mujeres que son un relato corto […]” y si la “belleza convulsa” parte de un deleite espiritual que provoca o produce una reacción o una respuesta en algo o en alguien, por qué no pensar en nosotros mismos como hacedores de ese tipo de belleza y dedicar todos nuestros esfuerzos a “sonar” como sinfonía personal con estilo propio, identificable, distinguible y único.
Ya no importará entonces ser cuento o novela, canción o melodía ni tampoco musa.
“El hombre Umbral equipara belleza con más belleza”. Equiparemos nuestro espíritu al del universo de “afuera”, al bello, al de la naturaleza, las obras literarias y artísticas y seremos belleza con más “belleza”.
Y la belleza deberá ser convulsa.
Que el hilo de Ariadna no se corte dependerá de nosotros.
Gracias por seguir alumbrando el camino del aprendiz de lector.
Pos data: algo que encontré y me encantó, la reacción de Umbral ante el medio más tonto y difundido que nos “comunica” hoy por hoy
http://www.youtube.com/watch?v=-1cTIUc7cJc&feature=related
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