Cármina marina de Marcelo di Marco es una
joya. Más aún, una gema. Una delicada gema que el poeta, escritor y maestro de
escritores le regala (ofrenda acaso sería mejor) a su esposa, Nomi Pendzik. La
mayoría de los esposos regalan alhajas de variado valor: Di Marco elige
regalar, ofrendar, entregar una gema cincelada en versos certeros, medidos,
sumamente musicales.
El mar y los ojos de la amada, tópicos
poéticos desde que el hombre es en el mundo, se renuevan aquí en los 33 poemas
que conforman este poemario; poemas que no deben (aunque se pueda) ser leídos
fuera de su contexto, lejos del poema anterior y del que les sigue, ya que
conforman un todo; componen las facetas de esa gema que, huyendo de cualquier
cursilería, retoma en cada palabra, en cada imagen, su centro. Y el centro
ígneo es ese amor invencible, como bien sabían ya los latinos, que en tantas
ocasiones he tenido el honor de observar. Por eso no me sorprende el gesto de Di
Marco pero sí me sorprende, y gratamente, la sutil y obsesiva factura del
poemario.
En tiempos en que cualquier sucesión de
palabras inconexas es llamada “poesía”, estos poemas vienen a reivindicar no
sólo el amor inconmensurable de los esposos sino también el hacer poesía a la
vieja usanza, es decir, combinando con maestría aquello que se quiere decir con
el mejor modo de decirlo. Y lo que se quiere decir es tan vasto como ese mismo
mar al que ya se alude desde el título; y lo que se quiere decir es tan
inagotable que es necesario repetirlo en cada uno de los poemas, pero no como
mera y estúpida duplicación sino como una intensa búsqueda de nuevos sentidos,
recovecos y esplendores en cada reiteración. Como la dificultosa ascensión
hacia la gracia, así estos poemas en espiral ascienden un tramo y otro tramo
hacia la sustancia primera, hacia lo que nos convoca, hacia lo que no podemos
ignorar, a pesar de todas las fuerzas que a diario conspiran para ello.
Maravillosos ecos de otros poetas que
tentaron el mismo arduo camino pueden encontrarse en el decurso de esta
expedición cimbreante: desde el Cantar de los Cantares del epígrafe hasta las
quevedianas cenizas enamoradas; desde la limpidez de las metáforas que
recuerdan a Pound hasta la redescubierta musicalidad de los versos que trajera
a nuestra lengua Rubén Darío. Hay también un dejo al Salinas de La voz a ti
debida, en tanto aquí tampoco es imaginable el yo sin el necesario y
perentorio vos al que el poemario está dedicado y en base al cual erige su
potente y brillosa torre.
1 comentario:
Bellísima reseña, Analía, da cuenta de que la poesía fue, es y seguirá siendo─en este mundo frío─la cálida manta que nos une y cobija como personas, las almas. Tus palabras lo demuestran, y es por eso que ya me gustaría estar leyendo cada poesía de Marcelo Di Marco, y emocionarme como ahora lo hago. Brava, bravísima lectura, ¡brava!
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