jueves, 22 de julio de 2010

Milan Kundera: cuando leer da ganas de escribir

Como podrán advertir por el título, de ningún modo hablaré hoy de un autor abisal. Milan Kundera no es precisamente un autor poco conocido o poco frecuentado. Por el contrario, ávidos lectores alrededor de todo el mundo devoran sus páginas con la misma, intuyo, fruición con que las devoré yo algunas semanas atrás. 
No era ajena a su encanto. Había leído La insoportable levedad del ser hace ya muchos años (y un par de veces, a juzgar por los distintos subrayados que ahora encuentro hojeando el libro) y también había leído, pero prestado, La inmortalidad. Hace muy poquito, sin embargo, me topé con el libro que es objeto de estas líneas: El libro de los amores rídiculos
¿Cuál es entonces el secreto del encantamiento que ejerce Kundera en el lector? Arriesgo algunas posibilidades: al leerlo, uno tiene la impresión de que sus narradores lo saben todo. Lo han vivido todo. Nada de lo humano les es ajeno. No son dioses, eso sí, no nos confundamos. No pasa por ahí. Pasa más por una profunda reflexión sobre eso que pomposamente se llama "la condición humana" y que, al parecer, atraviesa todos sus libros. Otra posibilidad: su sentido del humor y del absurdo. Herencia kafkiana, tal vez. Es un espíritu libre, burlón, impertinente, desusadamente incorrecto e indómito. Se ríe de todo. No se toma en serio nada, se podría decir, con excepción de la misma creación literaria, porque sólo alguien que ame profunda y seriamente lo que hace puede lograr textos de esta calidad suprema. Debe haber más posibilidades, de seguro, pero creo que estas dos pueden servir de respuesta. 
Todo eso hay, justamente, en El libro de los amores rídiculos, un texto que, como todo gran texto, no se deja clasificar fácilmente. ¿Son cuentos? Sí, pero no. ¿Es una novela? Hum, más o menos. ¿Es una suerte de obra teatral? Algo así, al menos una parte está planteada con un esquema teatral. ¿Son relatos encadenados? Algo así, pero no del todo; sólo dos de ellos tienen a un mismo protagonista, el doctor Havel, que "arrambla con todo" (en lo que a mujeres se refiere). En definitiva, no importa lo que sea porque el resultado es genial y no tiene la menor relevancia que sea una novela disfrazada de cuentos o una serie de relatos interconectados disfrazados de novela que se resiste a serlo. 
El resultado es uno y el mismo: leer, leer y leer; pasar las páginas sin freno ni tasa; reírse a carcajadas ante ciertos pasajes (el señor Zaturecky es un personaje digno de figurar en el Salón de la Fama de los personajes literarios más cretinos e inolvidables); maravillarse ante la falsa autoestopista y su impresionante transformación; congraciarse con los dos pretendidos donjuanes de "La dorada manzana del eterno deseo" (sólo por ese título Kundera ya merece un monumento); convertirse en el espectador privilegiado de la tragicomedia hospitalaria de "Sympsion"; asistir azorado a la involuntaria seducción en "Que los muertos viejos dejen sitio a los muertos jóvenes"; y razonar, racionalizar, si acaso fuera posible, sobre Dios y la religión en "Eduard y Dios". 
Por si todo esto fuera poco, además de aplaudir a rabiar al final de cada texto, el lector se lleva de regalo una de las sensaciones que, en mi opinión, más valor tienen en el mundo literario: las imperiosas ganas de ponerse a escribir. El imbatible deseo de escribir, así y de cualquier manera, pero, en lo posible, como Kundera. O, por lo menos, pretender que a nuestros lectores les pase algo similar a lo que nos ocurre con Kundera cuando nos lean. No creo que haya un elogio mejor para un escritor que que alguien le diga "te leí y me dieron ganas de escribir". 
Claro que, si uno es escritor, también es duro. Por momentos, a pesar de esa gloriosa sensación, yo tenía otra más, mucho menos agradable: la de querer mandar todo al demonio, no escribir más nada (¿para qué? ¿para qué si ya lo dijo todo Kundera?) y tirarme a leer para siempre, despreocuparme de mis versos y mis prosas, no calentarme más por corregir ni nada. Rendirme. Aceptar algo así como la derrota. Capitular. Para qué seguir sufriendo por una coma, un acento, una novela que se queda en amagues o un poema que no vale nada porque dice lo mismo que otros ochocientos millones de poemas parecidos. Para qué tanto esfuerzo inútil, tanta preparación, tanta universidad y tanto taller literario. ¿Para qué, si este tipo escribió esta genialidad insuperable? Y así seguía el canto del ego humillado y ofendido por el notorio éxito de otro escritor. 
Pero no. Precisamente porque existe esta genialidad de Kundera, al par de otras tantas maravillas y genialidades de las que brevemente trato de dar cuenta en estas páginas, es necesario emperrarse y continuar escribiendo. No importa que nunca nos salga como a Kundera, que los poemas se sigan pareciendo a otros igualmente diferentes y parecidos, que tardemos veinticinco años en escribir una novela o que nunca nos salgan los cuentos redondos. No interesa. El escritor debe seguir escribiendo, no debe capitular jamás. Su reino no es abdicable, no puede quitarse la corona de rey y convertirse en un plebeyo. Cada vez que se tope con tipos como Kundera se tragará el orgullo, hará callar a su inflado ego y luego de disfrutar y felicitar mentalmente al genio que hizo tal maravilla de obra se aplicará a la suya con ahínco, con tesón y con infinitos paciencia y cariño seguirá trabajando en sus letras. Doblará el lomo y hará como Arlt, como Cortázar y como todos los escritores que tanto admira: escribirá en todo tiempo y lugar, así tenga tres trabajos o una familia numerosa que atender. No importa. Tomará estas muestras de genialidad como objetivos a alcanzar, no para decirle, ufano, a Kundera "ja, mirá cómo te supero, pibe" si no para superarse a sí mismo, para obligarse a trabajar, corregir y rescribir, porque los textos son perezosos de por sí (¿hábeis notado que si nadie los leyera los pobrecitos ni siquiera existirían?) y sus autores suelen serlo mucho más. 
Y para que no se queden con las ganas, unos bocaditos de Kundera para cerrar (¡y corran a leerlo!):

- "(...) le dije que el sentido de la vida consistía en divertirse viviendo y que, si la vida era demasiado holgazana para que eso fuera posible, no había más remedio que darle un empujoncito. Uno debe cabalgar permanentemente a lomos de las historias, esos potros raudos sin los cuales se arrastraría uno por el polvo como un peón aburrido."

- "(...) su fe en las infinitas posibilidades eróticas de cada hora y cada minuto era inconmovible."

- "¿Qué importa si todo es un juego vano? ¿Qué importa si lo ? ¿Acaso dejaré de jugar sólo porque sea vano?"

- "(...) los deseos infantiles salvan todos los obstáculos que les pone el espíritu maduro y con frecuencia perduran más que él, hasta la última vejez."

- "Precisamente porque se trataba sólo de un juego, el alma no tenía miedo, no se resistía y caía en él como alucinada."

- "Pasan a nuestro lado mujeres capaces de arrastrar a un hombre a las más vertiginosas aventuras de los sentidos y nadie las ve."

- "(...) el encanto erótico se manifiesta más en la deformación que en la regularidad, más en la exageración que en la proporcionalidad, más en lo original que en lo que está hecho en serie, por bonito que quede."

- "Pero así es como suele suceder en la vida: el hombre cree que desempeña su papel en determinada obra y no sabe que mientras tanto han cambiado el decorado en el escenario sin que lo note y sin darse cuenta se encuentra en medio de una representación completamente distinta."

Analía Pinto

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un librazo; no sé si es la reacción indicada para ésta obra, pero me rei mucho con "El libro de los amores ridículos". Me gustó la capacidad de Kundera para escribir de manera tan interesante situaciones tan cotidianas.

Analía, llegué a tu blog googleando la palabra "qliphoth", y uno de los resultados fue tu post sobre el libro de Pedro Ángel Palou, que lamentablemente no me llamó demasiado la atención pero en ese post me di cuenta de que hay algo de Marcelo Di Marco en vos, lo cual confirmé en otro de tus post.

Me agradó encontrar entradas sobre autores que me gustan mucho: Poe (que concidero el mas grande escritor de todos los tiempos), Kundera, Borges, Arlt (escritor enorme, leídos "Los siete locos" y "Los lanzallamas", fantásticos)...

Por cierto, me intimidaron tus credenciales. Voy a seguir tu blog.

Saludos.