jueves, 10 de junio de 2010

Jack London o ¡Quiero más!

Bastó una simple sugerencia para precipitarme de cabeza en él. Es decir, bastó una sugerencia para encender mi siempre volátil e inquieta curiosidad literaria y bastó leer un par de páginas para, entonces sí, caer bajo su hechizo. 
Uno de mis alumnos del taller de escritura, quien ahora se encuentra en Cuba, me sugirió que leyera un cuento de Jack London, "Encender una hoguera". No recuerdo a título de qué surgió esa sugerencia, pero alabado sea cualquiera haya sido ese motivo. Gracias a él encontré un auténtico tesoro esperándome en los anaqueles de mi biblioteca. Atendiendo a la sugerencia de Patricio, me dirigí a esos silenciosos y pacientes estantes que cultivo cual si fueran plantas exóticas y maravillosas y di con algunos libros de Jack London. En efecto, al correr de los años, había conseguido dos recopilaciones de cuentos y una novela breve. No estaba entre ellos el cuento en cuestión, pero me puse a leer igual. Como dije, a las pocas páginas, a los pocos renglones más bien, ya estaba totalmente atrapada por uno de los mejores narradores que yo haya leído en mi vida. 
Sin aspavientos, sin intelectualidades vacuas a las que esta época actual es tan dada, sin piruetas ni pirotecnias verbales vacías, sin ninguna otra cosa que no sea a) una buena historia y b) el mejor modo de contarla, Jack London agarra a su lector de las solapas y lo lleva a los lugares que él quiere, lo zamarrea tanto física como moralmente, pero siempre lo devuelve sano y salvo, a pesar de que se hayan atravesado, de su diestra mano, los engañosos parajes helados del Yukón, los piélagos grisáceos del estrecho de Magallanes o los paisajes postapocalípticos de una humanidad reducida al más terrible primitivismo tras una epidemia mortal. Jack London no da tregua, no da paz, pero lo hace de una forma tan genial y tan amena que uno se queda hasta el final, hipnotizado, fascinado, enloquecido: queriendo más todo el tiempo.
Esas dos recopilaciones (El mejicano y Diablo, editadas por el diario Página/12 hace ya mucho tiempo) y la novela corta (La peste escarlata) fueron rápidamente devoradas por mi avidez. Como si un ángel me estuviera siguiendo los pasos, en el tiempo en que ya estaba a punto de terminar La peste escarlata, me crucé con otros dos libros de London, que compré de inmediato (y a precios irrisorios, como me sucede tan a menudo): La huelga general, otra recopilación de relatos de los mismos de Página/12, y una de sus novelas más famosas, La llamada de la selva
Esta última, la historia de un perro de la nieve, casi un perro-lobo, que es arrancado de su "familia" humana para convertirse en un perro de trineo, arrancó copiosas lágrimas de mi frágil persona: la compenetración que London logra con ese animal, Buck, las descripciones de sus sentimientos, anhelos y deseos, las torturas indecibles a que es sometido, los fieros castigos, el frío, el hambre, el terrible dolor de sus patas tras días y días de marcha entre el barro y la nieve, entre otras cosas, provocaron emociones tan fuertes e incontrolables en mí como si Buck se tratara de uno de mis seres más queridos y no un simple "perro personaje de ficción".
Ahí creo que radica la magia imparable de Jack London: ningún personaje le es ajeno, humano, animal, joven, viejo o niño; ningún conflicto le es extraño; ninguna aventura le resulta imposible o descabellada; y ni siquiera cuando se imagina ese futuro apocalíptico y bárbaro le erra demasiado: estoy segura de que si ocurriera una hecatombe nuclear o de cualquier otro tipo y por alguna razón ya no pudiéramos disponer de todos los elementos de la "civilización", más temprano que tarde volveríamos a ser brutos hombres de las cavernas, rudimentarios seres que sólo se preocuparían de su comida y su abrigo, sin tiempo para nadie y para nada más. Eso es lo que se muestra, de forma bárbara y cruda, en La peste escarlata, pero también en el cuento "La huelga general", que, sin embargo, no transcurre en ese lejano y temible futuro sino en el presente cercano del autor. ¿Qué hacer si un día ya no hay alimentos, no porque se hayan terminado sino porque quienes los cultivan, preparan y procesan para luego venderlos deciden hacer huelga? ¿Y si a ellos se suman quienes lo reparten, quienes los distribuyen y así sucesivamente?
Aterrador, ¿verdad?
Claro que sí. Y London, por lo que pude ver, no tuvo miedo de enfrentar disyuntivas semejantes y se las arregló para ver cómo actuaba cada uno de sus personajes en esas (y otras) situaciones extremas, como el protagonista del cuento con el que comenzó todo esto, "Encender una hoguera", cuya moraleja podría ser que la inteligencia humana tiene límites pero la estupidez no. Un hombre atraviesa, solo, en pleno invierno ártico, el cauce helado del Yukón. Le han advertido que no debía hacerlo pero a él no le importó. Su omnipotencia le hizo creer que podría sortear las trampas de hielo y nieve, que aunque estuviera a cincuenta grados bajo cero su sola voluntad bastaría para llegar a salvo al campamento donde lo esperaban sus compañeros. Error. La primera hoguera que debe encender le sale bien y esto le otorga esa falsa confianza que lo hará fracasar estrepitosamente en la segunda. No les cuento más, mejor leánlo, pero las descripciones que London hace del avance del frío por el cuerpo de ese hombre así como de los parajes helados en los que porfiadamente trata de vencer a la naturaleza no tienen parangón, creo yo, en toda la literatura universal. Quizá en Maupassant. Quizá. 
Y, como siempre, es un escritor del siglo XIX (aunque arañando ya el XX) el que me vuela la peluca y me hace estremecer y emocionar hasta un punto indecible. 
Ojalá no sea yo la única conmovida por la espeluznante pluma de Jack London. 

Analía Pinto

3 comentarios:

Zippo dijo...

Cuando era niño e incluso no tanto, mi madrina solía regalarme libros para mis cumpleaños. "Miguel Strogoff" y "La isla del tesoro" fueron de los primeros que recibí. Pero aún no había tenido a mi primer perro, Tururú, cuando me regaló "Colmillo blanco". Creo que usted se podrá hacer una idea sobre las sensaciones que experimenté durante su lectura, justamente yo, que me traía a veces al salir de la escuela a cualquier perro de la calle para que mi vieja le diera algo de comida...

Agustina dijo...

También leí ''El llamado de lo salvaje'' (también publicado como ''La llamada de la selva'') cuando era bastante más chica que ahora. No me acuerdo mucho pero sí sé que me gustó. A propósito, ¿no leíste ''Jack London: La atracción de la aventura'' de Shannon Garst? Cuenta algo así como su vida desde pequeño, que, de nuevo, no podría contarte mucho porque lo leí hace bastante pero este sí que me encantó. Saludos y un gusto encontrar más gente alocada por la lectura.

Danilo Gatti dijo...

ahora te reomiendo a thoreau, h.g.wells, lo ultimo de verne
todo va en la senda de london y viceversa
viste la peli "into the wild"?