jueves, 1 de abril de 2010

Los lectores voraces

Desconfío de cualquier escritor que no sea un lector voraz. Difícilmente pueda ser un buen escritor si antes no ha sido un devorador consumado de páginas impresas. Nótese que digo "páginas impresas" y no libros: porque un lector voraz lee cualquier cosa, hasta las etiquetas de los productos de limpieza, y allí encuentra siempre la felicidad. No importa qué lea, basta que lea. Claro que si lee libros, le irá mejor. Y si encima lee literatura de la buena, es muy difícil que no termine siendo no ya un buen escritor sino un gran escritor. 
De ahí mi deleite e instantánea comunión con Ernesto Schoo, un lector empedernido que, al igual que Borges, no se jactó de las páginas que había escrito sino de los libros que había leído. No figuraba en el listado original de autores a reseñar para el diccionario que tuve el honor de hacer. Una servidora lo agregó en el último momento posible, cuando ya faltaba nada para que el documento fuese sometido a corrección de estilo. Aún no lo había leído, pero sabía que tenía que estar, que era un periodista reconocido, que su nombre no podía faltar. La última vez que fui al mar, en el verano del 2009, en una librería de Santa Teresita, atestada de revistas y con unos poquísimos libros, di con este libro suyo: Pasiones recobradas. La historia de amor de un lector voraz (Sudamericana, Buenos Aires, 1997). ¿Qué lector voraz podría resistirse a leer la "historia de amor" de otro lector voraz? Ninguno, y yo menos. Lo compré de inmediato. Pero recién lo leí a fines del año pasado, en unos cuantos (o, mejor dicho, unos pocos) viajes en tren. Y me fascinó, desde luego. 
¿Por qué doy por sentada la fascinación con ese petulante "desde luego"? Porque, tal como suponía, tengo un espíritu afín al suyo, circulo literariamente por caminos similares, me muevo y participo en esas mágicas esferas donde las letras mandan, los párrafos se corrigen unos a otros y las páginas pasan incesantemente y a cada paso dejan su poso de sabiduría y felicidad en eso que podríamos llamar, no sin algún escándalo, el alma. Los lectores voraces nos reconocemos de inmediato unos a otros porque compartimos un mismo código, similares costumbres, ritos de pasaje muy parecidos. Lo mismo me está pasando ahora con el libro que los cacos del sábado pasado no pudieron robarme, Una historia de la lectura, de Alberto Manguel. He allí eso que los ingleses llaman otro "kindred spirit". 
¿Y cómo es posible esta fascinación de una escritora nacida en 1974 por un escritor nacido en 1925? ¿No hay mundos enteros de distancia, no hay generaciones de por medio, no hay incluso diferentes épocas entre uno y otra? Sí, pero eso no importa. No reviste el menor interés porque lo que nos une es ciertamente inagotable y atemporal. Es la literatura, es el amor por la palabra, el gusto por la música y la poesía del lenguaje, la magia insobornable de la lectura. Cuando algo así se manifiesta no hay tiempo ni edad posible. Por eso puedo admirar su prosa y disfrutar leyéndolo a él tanto como puedo disfrutar a mi adorado Cayo Valerio Catulo, con quien me separan ya más de dos mil años de letras e historia, por poner un solo ejemplo. Como ya dijera Eliot, y como nunca voy a cansarme de repetirlo, hay una secreta comunión que enlaza a todos los poetas y escritores de todos los tiempos y esa comunión es el acto de escribir, que es, a mi juicio, inseparable del acto de leer
Así lo cree también, estimo, don Ernesto Schoo. En Pasiones recobradas se recopilan las notas que publicara para el suplemento cultural del diario El Cronista en los años 90. Divididas en varias secciones ("Pretérito anterior" recoge notas sobre autores como Oscar Wilde o Marcel Schwob; "Presente perpetuo" presenta vívidas estampas de autores argentinos a los que Schoo frecuentó como Manuel Puig o Juan Rodolfo Wilcock; la sección "Pasiones recobradas", que es mi favorita, repasa las vidas de autores como Flaubert o Colette y de mujeres fabulosas y escandalosas como Alma Mahler, Isak Dinesen o Marguerite Duras; por último, en "Literatura y compañía", aborda otras cuestiones relacionadas con la literatura como el diablo o la pintura, y también, a la manera de las Vidas paralelas de Plutarco pone en tensión las vidas y recorridos de algunos escritores coetáneos pero en las antípodas estéticas unos de otros como Julio Verne y H. G. Wells o Gabriele D'Annunzio y Luigi Pirandello), estas notas se dejan leer con fluidez y deleite, acaso porque fueron pensadas para un soporte distinto al del libro, pero con la rigurosidad no exenta de amenidad que requiere cada caso. 
Mis notas favoritas, como dije, están en la sección titulada igual que el libro, aunque por supuesto el libro me gustó en su totalidad. Sólo que en esa sección se cuentan las vidas de algunas escritoras y otras chicas malas, como la eterna musa y novia del viento Alma Mahler, con las que una servidora se siente plenamente identificada: cuando su autoestima está alta, pensando que el día que se escriba su biografía podrán decir, al igual que de la vida de una Colette, por ejemplo, que su vida fue una auténtica novela, llena de amores tempestuosos y desaforados, con dramas y pasiones desatadas por doquier; cuando su autoestima está baja, pensando que así es como quiere ser recordada y no como una oscura muchachita que alguna vez ganó un modesto premio de poesía, era querida por sus gatos y sus amigos y amada por algún músico cuyo nombre no llegó a trascender a pesar de todos sus esfuerzos. 
En este sentido, la nota sobre Alma Mahler, esposa-compañera-musa inspiradora-hetaira (como bien la llama Schoo) y otras designaciones similares no sólo del músico Gustav Mahler, sino también del escritor Franz Werfel y de los pintores Gustav Klimt y Oscar Kokoschka (anche "amiga" -y nada más, dicen- de Walter Gropius), es una de las que más me ha impactado, por el recorrido amoroso de esa mujer a la que, al parecer, nadie con talento podía permanecer indiferente. Hay mujeres que sólo buscan casarse con un hombre bueno y tener a sus hijos. Habemos otras que no buscamos nada de eso y, en cambio, deseamos ser las "musas inspiradoras" (si tal bella patraña existe) de hombres de verdadero genio, de hombres especiales, de hombres llamados a grandes cosas, de hombres a los que una, en primer lugar, tenga que declararse vencida ya sea por sus dotes musicales, literarias, pictóricas, artísticas o lo que fuera. Yo pertenezco a estas últimas, como Alma Mahler y como la atormentada Lou Andreas Salomé, a quien Schoo también cita en esta nota.
Pero otra nota de esa misma sección asedió mi corazón siempre sediento de historias y vidas asediadas por la pasión, la lujuria, el atrevimiento, la literatura, la rebelión y la desfachatez. La nota sobre Marguerite Duras, una escritora sobre la que sin duda deberé hablar aquí en algún momento, tocó también mis fibras más sensibles. Schoo analiza allí uno de los libros capitales de Duras que aún no tengo el gusto de poseer, Escribir. Y dice cosas como: 

"Tentación irresistible de escribir como ella, a la manera de ella, de Marguerite Duras. A sacudones, a fragmentos, con temblores y retrocesos y reiteraciones." 

"Ella va segregando sus libros como la araña su tela, desde el vientre, pero sin el previo diseño platónico de la tela, que la araña lleva en sí desde que nace. La suya es una tela intrincada y deshilachada, asimétrica, con dibujos inesperados, con remiendos. Igual que la vida de su autora. Igual que la vida de todo ser humano."

"El tema central de Escribir no es, en realidad, la escritura sino la muerte. Contra la cual se alza la escritura, para asegurarnos, aunque resulte una mentira piadosa, una trascendencia más allá del polvo devuelto al polvo."

"Escribir, escribir sin pausa era el único modo que conocía de detener la ruina total. Palabras, palabras para conjurar el tiempo, para sobornarlo, obligándolo a tomar el camino más largo y sinuoso y lleno de obstáculos: para disuadirlo, por un instante, de su implacable tarea de roedor.
Ella sabe que únicamente el amor puede derrotar al tiempo. Pero el amor dura poco y el tiempo sigue fluyendo de nosotros hacia el agujero negro por donde se desagota el universo entero. Por eso hay que renovar el amor, amar siempre. Amar más al amor que a las personas en quienes pasajeramente se encarna. Las personas son transitorias, el amor es perdurable, siempre igual a sí mismo a través de los muchos rostros -y muchos cuerpos- que asume a lo largo de una vida: máscaras para la representación en el gran teatro del mundo. Ella perseguirá siempre, sin pausa, el rostro verdadero debajo de la máscara."

Si después de leer lo precedente no les dan ganas de a) conseguir el libro de Ernesto Schoo para leer la nota completa, así como todas las demás notas, y b) conseguir con carácter de urgencia el libro de Marguerite Duras, no sé qué están haciendo acá, han debido de llegar por algún error cibernético, pues es este no es lugar para tibios ni indiferentes.

Analía Pinto, lectora voraz

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